¿EN QUÉ CREEN LOS QUE sí CREEN?
Los argentinos y el más allá o el más acá, Dios mediante.

(Ensayo periodístico / Reportajes y entrevistas) 

Editorial Aguilar, Buenos Aires, 2001
(Ver Opiniones)
 
 
ÍNDICE DE PERSONAJES, Y CONTENIDO

Theresa Varela
Dios y la monja más pícara de todas. “El bien mal hecho, es un mal bien hecho.”
Kissag Mouradian
Dios y el arzobispo armenio. “La tolerancia es poco. Hay que dar un paso más.”
Deepak Chopra
Dios y el hindú adoptivo.  “Dios tiene orgasmos; uno de ellos es el Big Bang.”
Alfredo Alcón
Dios y el actor apasionado.  “Si esta anoche naciera un Cristo, ¿quién se enteraría?”
Zulema Yoma
Dios y la madre de hijo de presidente.  “Es cuestión de aprender a llevar la cruz.”
Enrique Pinti
Dios y el malhablado.  “Ese tipo que está ahí arriba crucificado, murió por mí.”
José De Luca
Dios y el pastor metodista ecuménico.  “La esperanza es liberadora.”
Magdalena Ruiz Guiñazú
Dios y el Ojo astronómico.  “El Mal es un misterio sólo comparable al misterio de Dios.”
Adolfo Bioy Casares
Dios y el dandy inventor de Morel.  “Lo más importante es llegar a ver la luz del día siguiente.”
Estela Carlotto
Dios y la Abuela de Plaza de Mayo.  “Perdí el control. Y me enojé con Dios.”
Mario Rojzman
Dios y el rabino pluralista.  “Hay que tener agallas para respetar al otro.”
Susana Hermosid
Dios y la ginecóloga que salva niños del sida.  “Ser perfectos es imposible, pero tenemos que ser perfectos.”
Carlos Roa y Jorge Vivaldo
Dios y los arqueros.  “Padre, ¿hacia qué lado me pateará el penal?”
Indra Devi
Dios y la madre yogui de tres siglos.  “Yo soy Dios porque lo sé. Muchos lo son y no lo saben.”
Ada Morales
Dios y la madre de María Soledad.  “Hay un cielo. Porque hay un infierno, y ya lo sufrimos.”
Abdul Kanin Paz Bullrich
Dios y el musulmán porteño.  “La religión puede ser opio, pero también pesadilla de tiranos.”
Joaquín Lavado, Quino
Dios y el padre animista de Mafalda.  “Pocas cosas más divertidas que la Biblia.”
Lily Süllos
Dios y la astróloga descendiente de Drácula.  “El Más Allá no es algo trágico sino algo cotidiano.”
Atahualpa Yupanqui
Dios y el perseguidor del Silencio.  “Sólo están lejos las cosas que no sabemos mirar.”
Tomás Kardos y Ángel Mattiacci
Dios y los Testigos de Jehová.  “Este mundo no tiene más hilo en su carretel.”
Domingo Liotta
Dios y el inventor del corazón artificial.  “La ciencia es insustituible, pero no alcanza.”
Elisa Carrió
Dios y la diputada anticorrupción.  “Sí, claro que sí, ¡soy adicta a la Eucaristía!”
Horacio Etchegoyen
Dios y el psicoanalista y Edipo.  “La religiosidad y el ateísmo tienen raíces en el inconsciente.”
Justo Laguna
Dios y el monseñor del mea culpa.  “No estuve a la altura de lo que la historia exigía de mí.”
Liliana López Foresi
Dios y la madre inseminada.  “Si a la Tierra no venís para aprender, ¿para qué venís?”
Susana Giménez
Dios y la diva más diva.  “Creo en el amarillo y en el 13 y en pisar el peine.”
Jorge Luis Borges
Dios y el hacedor de laberintos.  “Aquí estamos, aquí creemos que estamos.”
Martín Balza
Dios y el general jefe del ejército.  “Aquí pasaron cosas que se deben perdonar, pero no olvidar.”
Luis Farinello
Dios y el curita senador ése.  “Entendida como común-unión, la religión es una revolución.”
Gregorio Klimovsky
Dios y el matemático filósofo.  “¿Por qué hay algo en lugar de haber nada?”
Posdata después de las posdatas
(Balada del peregrino del insomnio)

Del prólogo, fragmentos
EN QUÉ  (Y CÓMO) CREEN LOS QUE sí CREEN
1.  Por Dios, a las patadas

Se bajan del vehículo en el codo de un camino montañoso. Son jóvenes, apasionados, están discutiendo sobre la existencia de Dios. Se encienden, se calientan, se enfurecen, se les caldea la reflexión, se agarran a las patadas. ¿Es posible descifrar a Dios a las patadas? Aunque decimos que los suecos son fríos, la escena sucedió en la cabeza de Ingmar Bergman y está en su película Cuando huye el día. Pero también sucedió, todavía con mayor virulencia, en el antiguo Bar Ramos, en la calle Corrientes de Buenos Aires. La gresca incluyó patadas y trompadas y sillazos; sólo amainó con la dulce intervención de la Policía Federal.
Discutir la existencia de Dios en esos términos parece algo absurdo, descabellado. Pero hasta cierto punto: si por el fútbol y la política nos agarramos a patadas, ¿por qué no por Dios? ¿Acaso Dios es un tema menor?
Por favor, no se interprete este planteo como elogio y apología de la violencia, de la intolerancia, de la aniquilación del diferente. De eso históricamente se han encargado los justificadores de las encarnizadas guerras religiosas. 
En nuestra pregunta el nudo está en el “acaso Dios es un tema menor”. Porque a Dios le sucede como a Cervantes: cuántos lo nombran pero qué pocos lo leyeron. Dios, tan pronunciado, no se nos cae de la boca, pero, ¿cuántas veces nos atrevemos a buscarlo, a conseguirlo a pulso, vadeando la desesperación de los eternos interrogantes?
A Dios hay que merecerlo, dicen algunos de nuestros personajes, y eso sólo ocurre después del arduo fragor de la búsqueda, en el desvelo, en el insomnio.
Ahora bien, ¿cuántos, entre los personajes de este libro -sobre todo entre los que resueltamente afirman su existencia-, se han tomado el trabajo de encontrar a Dios y de templarlo más allá del don, de la gracia de la fe?

2.  Aclaración, y agradecimiento
A este libro yo lo llevaba en mi organismo y, en cierta forma, hace muchos años lo había comenzado a hacer; pero no me daba cuenta. La propuesta, con título incluido, me vino de Fernando Esteves, director de Alfaguara Argentina. Empecé la escritura sistemática muy desasosegado (estuve a punto de desistir) porque lo sentí un libro “por encargo”. Tuve vacilaciones, pero no pasaron del par de días porque Fernando de entrada me alentó para que sintiera el libro como “cosa mía”; me dijo: “Seguro que entre tus cientos de entrevistas tenés mucho material referido a las creencias”. Yo sabía que sí, pero no tenía real conciencia de que a lo largo de los años había sacado a relucir porfiadamente el tema: el eterno de dónde venimos y hacia dónde vamos, la muerte tan imaginada y tan temida, los ciento ochenta grados que van desde el polo de las superstición al polo de la religión, la convivencia con eso que se nombra Dios, los miedos, los sueños y pesadillas, el más allá del más acá; en fin, las creencias que se entretejen mientras sucedemos en el tiempo o, si se prefiere, mientras nos sucede el tiempo. El caso es que empecé a remover archivos y cintas grabadas y me encontré con que este libro ya había comenzado, por ejemplo, en las charlas que tuve a mediados de los sesenta con Jorge Luis Borges. Me puse a la tarea del rescate de materiales, retomé algunos personajes muy vigentes y fui por nuevos, ya con el tema como eje central y la perspectiva de balance que nos da el cambio entre dos milenios. En ese trayecto desapareció el feo malestar de la escritura por encargo. Y, como diría Ulises Dumont, sentí que el texto me alzó y me llevó en andas.

3.  Deuda y diferencia con Eco y Martini
Desde luego que el título nace inspirado en contraposición al del libro de Umberto Eco y el obispo de Milán, Carlos María Martini, “¿En qué creen los que no creen?” Pero la semejanza empieza y concluye en eso. Más allá del juego de palabras y de tomar cierta posta, este libro no se opone a aquél, tiene otro tratamiento y elige otros caminos para otros objetivos.
El de Eco-Martini es un diálogo cruzado, a través de cuatro monólogos, que se concentra en el trabajo sesudo, cordial y reflexivo acerca de “la ética en el fin del Milenio”. Allí el gran eje interrogante es si con “la conciencia de la importancia de los demás” alcanza para proporcionarle al no creyente “cimientos inmutables para un comportamiento ético”. Y el contrainterrogante: si los fundamentos de la creencia absoluta alcanzan para impedir “a muchos creyentes pecar sabiendo que pecan”. Eco-Martini ensayan siempre desde la perspectiva académica; la herramienta exclusiva es la reflexión.
Aquí no intentamos algo semejante, ni contrapuesto. Aquí los personajes son treinta, y no polemizan entre ellos. Cada uno refiere tramos de su vida y, a partir de eso,  habla o deja ver sus creencias. Antes que nada cuentan, se cuentan y, ocasionalmente, reflexionan, pero las más de las veces transitan esa órbita aparentemente superficial que es la cotidiana; y desde allí opinan, se desnudan, se revelan en la instancia de la credulidad. 
Puestos a la diferenciación entre este libro y aquél, más allá de sus protagonistas y de los juicios de calidad, decimos que en éste funciona mucho más el “cómo” que el “qué”. Es decir, el “¿En qué creen los que SÍ creen?”, desemboca en nuestro caso en el “¿Cómo creen los que SÍ creen?”

4.  Padres nuestros que están ¿en los cielos?

El lector se encontrará con un puñadito de ilustres aparentemente incrédulos, entre ellos Borges, Bioy Casares, Yupanqui, Joaquín Salvador Lavado (Quino). ¿Qué hace aquí este pequeño pero calificado lote de agnósticos? Son precisamente ellos los que, de distintas maneras, sacan a relucir modos de creer que están muy lejos de la comodidad de la religión heredada, y modos de salirse del molde que no tienen tampoco nada que ver con la facilidad del cinismo. Todos ellos manifiestan fervores muy alumbradores del más acá; con ellos se puede tomar conciencia de que hay muy diversas maneras de trascenderlo. Y esas maneras incluyen, también, los muchos modos de nombrarlo. Ahí tenemos la conmovedora celebración del sabor del agua o de la luz del próximo día, en Bioy Casares. Ahí tenemos la “sobredosis de felicidad” de un Borges que alguna vez se acusó de haber cometido el “peor de los pecados”, el de la desdicha, un Borges ateo que en su último rato acepta ser asistido no por un cura sino por dos, pero “uno de cada religión”. Ahí tenemos a Atahualpa Yupanqui luchando con denuedo para desentrañar y saber decir, guitarra mediante, al Silencio. Un Yupanqui que ante la posibilidad de la inminente muerte se viste con su mejor traje. Ahí tenemos a Quino, alguien que guarda la primera Biblia que le regalaron en la adolescencia y declara que su lectura le resulta una suprema diversión. Este grupo de selectos no pertenece a ninguna religión determinada y, por debajo de su declarada incredulidad, nominada agnosticismo, ellos poseen y practican una ardiente credulidad que se manifiesta como una incesante celebración de la Vida. El hecho de que tres de estos personajes hayan muerto es un detalle accesorio, no cancela su vigencia. Por lo demás, no pretendemos meternos en el corsé de libro coyuntural.

5.  Religiones sin templos
Una desaforada obviedad: uno aprende, se nutre y se estimula en los libros de otros. Pero uno también aprende inesperadamente en el tránsito por los libros propios. Más que aprender, yo tuve conciencia, vivencia, de que Dios puede ser más que la palabra que sirve para tranquilizar y cancelar el vértigo de las eternas preguntas. Que la denominación Dios no se agota en la palabra Dios. Que hay religiones ocultas, sin templo, ni domicilio, ni liturgia, que practican con inusitado fervor (¿casualmente?) estos personajes de agnosticismo o ateísmo declarado. Aparte de Bioy, Borges, Yupanqui, Quino, encontré que lo esencial de la actitud religiosa, de la re-ligación de lo palpable con lo trascendente, está en un matemático filósofo como Gregorio Klimovsky, o en un psicoanalista como Horacio Etchegoyen, o en un cardiocirujano inventor del corazón artificial como Domingo Liotta.

6.  Lo que este libro no quiso ser

Para no hacer perder lo más precioso que tenemos, el tiempo (la vida misma), hago un sumario de lo que aquí no debe esperarse. Aclaro, rápido, todo lo que no es y no pretende este libro.
No es una encuesta ni una revisión de las religiones habidas y por haber en la Argentina, entre dos milenios. No es, en modo alguno, un relevamiento sistemático de las religiones en circulación. No se intenta con estas conversaciones con personajes de distinta profesión, credo y situación, un estudio comparado. Aunque alguna que otra vez se mencionan cifras, no importa la estadística. Aunque naturalmente predominan los personajes de extracción católica, tampoco se intenta presentar a través de ellos un minucioso abanico de las tendencias dentro del catolicismo.
Pero, lo más importante de todo: con ninguno de los personajes se persigue una discusión teológica exhaustiva. Entonces, antes de empezar la lectura, el aviso de que aquí no se pretende ni un panorama de las religiones y/o tendencias religiosas en la Argentina, ni una discusión teológica comparada.

7.  Lo que sí busca este libro
Aquí, como dije, hay treinta personajes. Tengo la certeza de que, por ejemplo, tres o cuatro de entre ellos, puestos a profundizar sobre el asunto de sus creencias podrían haber cubierto estas páginas. Pero eso hubiera significado entrar en otra clase de honduras.
¿Es que hay distintas clases de honduras? Pienso que sí. Para decirlo gráficamente, soy de los que piensan que hay una profundidad vertical y hay una profundidad horizontal. A esta segunda se la suele ignorar o minimizar, carece de prestigio intelectual. Sin embargo, preferí atrapar esa cierta hondura imperceptible escondida en la aparente liviandad de lo cotidiano. Antes que el camino del ensayo, elegí el de la conversación. En cada una de esas conversaciones, sin importar la exhaustiva biografía, surgieron el autorretrato, los gérmenes de las vocaciones y, desde ahí, emergiendo, la manera de expresar la religiosidad.
Considero que importa, tanto o más que las opiniones individuales, el modo de manifestar las creencias. Hablando de creencias: importan, como reveladoras de comportamientos, no sólo las estrictamente religiosas sino también las que conforman el amplio ritual de la cotidianeidad. Porque, como algún personaje dice, todas las creencias amasan la realidad, también la creencia en Perón o en la Convertibilidad. Los gestos, el color de los adjetivos, los entusiasmos, las ternuras, las fobias cotidianas, esa urdimbre en la que se entretejen, además del pensamiento mismo, la percepción, la intuición y el sentimiento, me parecen tan reveladoras como el ejercicio del pensamiento puro, de los juicios u opiniones explicitados en palabras.
¿Por qué estas aclaraciones? Porque estamos demasiado propensos a la confusión, confusión que florece por tanta urgencia vana, debida, como diría Atahualpa Yupanqui,  a que “estamos muy apurados para ir a ningún lado”.

8.  Razón de estos personajes
Considerando la pretensión de rescatar horizontalmente las actitudes, los comportamientos del vivir cotidiano, a la hora de elegir a los personajes hice un esfuerzo hacia la mayor diversidad dentro de la cantidad acotada que significa todo libro. Podría haber elegido una veintena o treintena que representaran a una veintena o treintena de cultos. Preferí reducir la cantidad de representantes religiosos destacados (hay católicos, armenios, Testigos de Jehová, metodistas, evangélicos, musulmanes, judíos). Busqué la diversidad por otras vertientes: en las profesiones y en las situaciones de vida. Por eso, para ver qué pasó y qué pasa con sus creencias están aquí algunas madres famosas y cruciales; un cura político y una política mística; un actor cómico y un actor dramático; una astróloga que se dice descendiente del conde Drácula y una anciana yogui que ha respirado en años de tres siglos; una diva y el inventor implantador del primer corazón artificial. Por eso, también, una ginecóloga que salva bebés de madres con sida, y dos arqueros de fútbol famosos, y una amenazada de muerte, y una periodista de la Conadep, y una monja propuesta para el premio Nobel, y un militar ex comandante del Estado Mayor.
Aunque el propósito no sea el de la comparación sistemática, la comparación estará -si la busca-, a disposición del lector. Por ejemplo, se podrá advertir que a veces hay más distancia y diferencias en la manera de gestionarse y convivir con Dios entre personas del mismo credo que entre credos distintos. En esa diversidad una monja todo terreno es capaz de bolsear y sudar la gota gorda y  un arzobispo confiesa su dificultad para mezclarse con el mundo de los pobres.
Pero para la mayoría, la divinidad es una aventura. Es apasionante ver cómo esa aventura tiene para algunos un final abierto y para otros un final cerrado.

9.  Razón de las posdatas
Las conversaciones con los treinta personajes, todas, concluyen pero no terminan. Las posdatas que el lector hallará, más que cierre quieren ser una apertura. Aunque algunas se tientan con la moraleja, con la conclusión, en casi todas prevalece el deseo de echar a rodar otros interrogantes. Cada personaje es así una invitación a encontrarle nuevos matices a la incesante aventura del dios conseguido o del dios a conseguir.
Invito a que, después de cada posdata, el lector arriesgue la suya. Yo me arriesgué gozoso.

10.  Hallazgos
Toda conversación tiene un azar, prodigioso, que la gobierna. Ese azar consiguió cosas que no estaban ni remotamente en mis planes. No quiero hacer el sumario de esos hallazgos, pero a modo de ejemplo, rescato un par. Es por demás curioso que en un libro donde el asunto central apunta al repertorio de creencias recibidas o adoptadas, algunos personajes, a la hora de mencionar sus primeras y más intensas lecturas, nombren al socialista José Ingenieros. ¿Cómo explicar la “casualidad” de que, por ejemplo, un científico, una periodista, un arzobispo, un militar, mencionen a Ingenieros y a su “El hombre mediocre”?
¿Y cómo explicar que todos los personajes sacudidos por tragedias no pasen del enojo momentáneo y no tengan un quiebre, una ruptura en su creencia en Dios?

11.  ¿Qué diablos hace aquí...?

El “qué diablos hace aquí Fulano o Fulana de Tal” es una exclamación que les puede caer a varios de los treinta elegidos. Por empezar, cada elección no significa un juicio de valor. Apunta solamente a lo dicho: a darle diversidad, en todos los sentidos, al conjunto de voces. Aquí hay personajes ciertamente sesudos, enjundiosos, eruditos, hasta ejemplares. Pero no he querido que falte algún que otro solemne y hasta frívolo. De todos, de cada uno, se componen las viñas y asfaltos del Señor. Todos, por algún costado, espejan un poquito de la condición humana y sobre todo de la condición argentina.

12.  Preguntas iguales, siempre diferentes
El lector notará, en estas conversaciones, algunas preguntas guarangas de tan pragmáticas. Por ejemplo: ¿Cómo se hace para creer en Dios? La justificación de interrogantes tan alevosos se podrá encontrar en mi elección de un camino muy alejado de la actitud y nomenclatura académica. Un camino con tramos ásperos de pura huella, sin banquina ni señalización. Un modo más de búsqueda.
Aunque los personajes convocados no dialogan entre sí, respuestas de algunos se convirtieron en preguntas para otros. Por ejemplo, aquello de que las religiones a veces limitan la esencia de Dios.
En cuanto a ciertas preguntas idénticas a personajes muy diversos: no existen preguntas repetidas, cada personaje las inaugura con su respuesta única.
Este procedimiento permite advertir, por ejemplo, que para cada uno Dios es algo distinto: una luz sin noches ni feriados, un ancla hacia arriba o un ancla hacia abajo, una guarida segura, una vertiginosa intemperie, una incesante meta...
Y por ahí, esas respuestas nos pueden llevar a sentir, como se siente lo tangible, que la búsqueda en sí misma es la más antigua y la más perenne de las religiones. Que la búsqueda es una forma de re-ligarse con el abismo que hay detrás del umbral. Una forma en sí de, si se permite la ardua palabra, religionarse.

13.  El juego de las visitas sin aviso
En la mayoría de estas conversaciones utilicé un recurso que vengo experimentando desde hace por lo menos dos décadas. En cierto momento le propongo al entrevistado que se preste a un juego imaginario: de pronto se abre la puerta del sitio donde sucede la charla y entran, sin aviso, personajes muy distantes y distintos. La pregunta siempre es: ante fulano, usted qué hace, qué dice, qué le pregunta. Los personajes propuestos: Jesús, Gandhi, Einstein, el Che Guevara, Evita, Juan Perón, Darwin, Freud, Hitler, Massera, Videla y, por qué no, Mozart.
¿Qué sentido tiene esto de enfrentar personajes tan lejanos y tan diferentes? Creo que sirve como disparadores para descifrar otros matices referidos no sólo al “qué creen” sino al “cómo creen”.
Hay decenas de respuestas sorprendentes. ¿Quién imaginaría, por ejemplo, que ese hindú norteamericano adoptado por la Argentina, el famoso Chopra, se encrespa y pone en tela de juicio nada menos que a Gandhi? ¿O que la astróloga Süllos, al mismo Gandhi lo inquiere por haber maltratado a su mujer en su juventud?
Ante Hitler las reacciones son de lo más variadas: desde el empujón o la trompada de dos religiosos de altísima jerarquía (uno católico, el otro musulmán), pasando por la diputada mística que ni siquiera lo mira, hasta la conversación, con tuteo incluido, que emprende un científico casualmente de origen judío.
Es posible que estos encuentros entre los entrevistados y personajes famosos de todos los tiempos, suenen a mero divertimento o a delirio liviano. Ni el divertimento ni el delirio me parecen accesorios y desdeñables, por el contrario, creo que son dos motivaciones que están en el pulso mismo de eso que llamamos “nuestra realidad”. En todo caso, para averiguar mejor en qué y cómo creemos, he evitado hablar todo el tiempo “de eso”, “sobre eso”. No siempre para adentrarnos en las creencias conviene conversar exclusivamente de las creencias. Por caso: el hablar sobre la felicidad, más allá de las anécdotas puntuales, puede llegar a darnos pistas sobre la intensidad y la manera de creer. Propongo al lector tomar a la felicidad como un tema testigo para detectar respuestas a la pregunta que ya plantea el título. Ejemplo: ¿Será cierto que cuando se es feliz (estado que sucede en la niñez, en los enamoramientos) uno cree en Dios aunque no crea en Dios? 

14. Eficacia de la charla desprevenida

Muchas veces he utilizado charlas “desprevenidas” sobre asuntos y personajes que aparentemente no vienen al caso, para que desde la impredecible espontaneidad emerjan síntomas significantes de las creencias. Más acá (o más allá) de la discusión sistematizada y reflexiva hay otros caminos, como puede ser el de la conversación azarosa y liviana, para rescatar elementos que delatan, que alumbran, que tienen una eficacia significativa no menor. Es cierto que la charla espontánea no permite ciertas honduras, pero no es menos cierto que esas charlas no se prestan a la impostación intelectualuda.
A “la verdad” se puede llegar por caminos muy diferentes, pero igualmente legítimos. Se suelen dividir las cosas en superficiales y profundas. Ese antagonismo esconde algo de soberbia, y hasta de banalidad y, por qué no, de ligereza maniqueísta. En la superficie hay algunos elementos que delatan comportamientos y conductas muy hondas. Ahí, en la desprestigiada y menospreciada superficie, tal vez encontremos mucho más que lo que dicen las palabras, los conceptos, los discursos, las opiniones calcadas por el hábito.
¿Por qué no admitir, alguna que otra vez, que también existe una profundidad horizontal? ¿Por qué no considerar que la superficie es la parte de arriba de lo profundo?

15.  Asunto recurrente
Las torturas, las desapariciones de personas, el robo de criaturas, las atrocidades del autodenominado Proceso Militar, la culpa, el perdón, la posibilidad de dar la comunión a hombres como Jorge Rafael Videla o Emilio Eduardo Massera: este asunto brotó una y otra vez en estas conversaciones. ¿Por qué esa recurrencia expresada, por ejemplo, en conceptos de un rabino, de un metodista, de un párroco, de un arzobispo católico, de un arzobispo armenio, o de líderes de religiones como la musulmana o los Testigos de Jehová? La frecuencia de estos asuntos tiene alguna semejanza con los ritmos y las insistencias de las pesadillas. La emergencia del asunto mismo, ¿qué viene a significarnos? Hay distintas respuestas para esto, pero anticipo una: en la Argentina en tránsito entre dos milenios parece ser que resulta imposible hablar de religión sin que asome por los costados menos esperados el tema de nuestro genocidio del sur.

16.  Preguntas para esta travesía

He tenido que luchar duramente conmigo para no entregarme a un capítulo de “conclusiones”. Creo que se pueden sacar, y son muchas más que los diez mandamientos de la religión católica. Si es que el libro las estimula, es una tarea para el lector que, en realidad, como siempre sucede, no necesita permiso del autor. Así entendido podríamos decir que aquí hay dos clases de preguntas: las que están explicitadas en las entrevistas, adentro del libro, y las que pueden acompañar al lector durante la travesía, afuera del libro.
Me permito proponer interrogantes para disponer durante el trayecto de la lectura:
¿Cuántos de estos personajes realmente creen en lo que creen como consecuencia de un trabajo sin feriados, sin concesiones?
¿Cuántos fueron acomodando sus creencias a lo que encontraron en el camino?
¿Cuántos practican o adhieren a determinadas creencias, por así decir, luego de haber transpirado la camiseta del alma; y cuántos sólo por la comodidad de la inercia, o para cancelar, para terminar con el insomnio de los arduos interrogantes?
¿Hasta qué punto se puede creer en un dios que no es antropomórfico?
¿La ética puede ser un camino de aproximación a Dios?
¿La felicidad terrenal puede ser un relámpago que abrevia el camino hacia Dios?
¿Qué es más cómodo: instalarse en la creencia de Dios o en la creencia del ateísmo?
¿A la fe en Dios hay que merecerla, hay que ganársela como el pan, o basta con que sea un don que corresponde por el sólo hecho de haber nacido?
¿Quién re-liga más, quién es más religioso: el que sin más cree en Dios o el que duda activamente?
La ideología, el compromiso social, ¿pueden ser herramientas para expresarse hacia y desde Dios?
¿La ética, la felicidad, la estética, la filosofía, la ideología, pueden sustituir el vacío de religión y de creencia en Dios?
Sigamos con otros interrogantes referidos al rol de la religión aplicado a las historias, la historia personal y la historia de la humanidad.
El hombre del siglo XXI, en eso de respetar al diferente, ¿está en el mismo punto, más atrás o más adelante que, por ejemplo el hombre del siglo I o el del siglo XV?
¿Se es hoy más libre que hace cien, doscientos años?
Los argentinos, ¿tenemos tendencia a la creencia laborada o a la credulidad cómoda y sumisa?
¿Hasta qué punto la religión deviene a veces en superstición? (O viceversa.)
Cuando se levantan altares al cantante Rodrigo o al cardiocirujano Favaloro,
¿señal que el fervor místico sustituye a la desesperación? ¿Señal que la religión se agudiza, se inmediatiza? ¿O señal que la religiosidad hace agua?
¿En qué segmento nos anotamos?: ¿en el de la religión como compromiso, la religión como búsqueda, la religión como comodidad, la religión como intento de aproximación al diferente?
¿Somos tan religiosos (y solidarios) como decimos ser?
¿Hasta qué punto respetamos al de religión diferente?
¿Hasta qué punto lo toleramos?
¿Hasta qué punto la tolerancia es una virtud?
¿Estamos avanzando, aunque sea muy despacito, para pasar del estadio de la tolerancia al del respeto?

17. Dime, país, cómo crees y te...
Seguro que no vamos a descubrir el mentado “ser nacional” con este travelling referido a las creencias de los que sí creen. Pero, más acá o más allá de los diferentes planteos teológicos de cada religión, la manera de exteriorizar las creencias también nos puede revelar algo de lo que me gusta llamar “la condición argentina”.
A propósito de “condición argentina”: esta propuesta la sumo, la eslabono a otras que formulé, yendo por otros costados, en libros como Madre argentina hay una sola, Caras, caritas y caretas y Argentinos en la cornisa. En el presente caso prosigo con esa búsqueda, pero entrando, sin peaje, por el lado de la religiosidad: la fe heredada, la fe como hábito, la fe en acción, la fe cómo ideología, la fe como pavor poético, la fe como comodidad, la fe enredada con el sentimiento patrio, la fe como utopía, la fe desgajada del pensamiento científico, la fe ciencia mediante, la fe transfigurada en celebraciones menudas, la fe en el ateísmo cerrado, la fe en el agnosticismo abierto, la fe desde el misterio down, la fe desde la maternidad, la fe desde la cornisa del sida; en fin, la fe desde profesiones tan diferentes como pueden ser las letras, el teatro, el humor, la política, la astrología, el periodismo, las armas. En esa diversidad de terrenos hay matices que conforman una especie de autorretrato colectivo. Algunos costados de nuestra manera de ser y no ser y de aparentar ser, pueden empezar a perfilarse.
Dicho de otro modo: dime país en qué crees y, sobre todo, cómo crees... y te diré, país, quién eres.
Y ya que estamos, bajando de lo universal a lo nacional, se me ocurre proponer una pregunta más: por aquello, tan enseñado, tan inculcado y nunca del todo desmentido, de que Dios es argentino: ¿será más fácil, se conseguirá rebaja en el costo de creer en Dios siendo uno argentino?
En todo caso, de algo deberíamos ya estar avisados: que a la fe, como al destino, no se los puede coimear. A la fe y al destino hay que hacérselos.

 
   
 
OPINIONES
 
 

ANTONIO REQUENI
La Nación, 25/11/2001
“Con agilidad e ingenio Braceli induce a respuestas que generan nuevos interrogantes y tienen  la virtud de hacer reflexionar al lector con sostenida amenidad.”

REVISTA RONDA
(Noviembre 2001)
“Repotajes reveladores. Rodolfo Braceli es un experto en el arte de la entrevista literaria. Este libro es un retrato de la Argentina actual y un recorrdio por una zona fascinante y poco transitada del ser nacional.”

DIARIO LOS ANDES
(Mendoza, 23/12/2001)
“Lectura entretenida, instructiva y apasionante. La sagacidad de Braceli, su amplísima cultura t la ejercitación eriodística le permiten hacer estas entrevistas memorables que pueden guardarse como documentos bibliográficos.”