|
(Fragmentos)
Los dos, solos, frente a la misma ventana
Las palabras que vienen me fueron expresadas por don Borges y por don Bioy Casares en muy distintos ratos de sus vidas, en distintos momentos de este parpadeo de eternidad que tenemos para estar, para respirar. Las oí a esas palabras, las guardé; ahora las desmenuzo, las recupero. Imaginemos la situación: yo retrocedo... me aparto un poco, miro sus espaldas, sus nucas... Ellos, los entrañables viejos, aquí: están sentados los dos frente a una misma ventana. están juntos. Pero están solos. Hablan, monologan sin mirarse; afuera, detrás de la ventana, la vida sucede. Cada uno dice lo que dice como quien piensa en voz alta.
Borges: Bueno, pasé‚ la noche y aquí estoy, despierto. Sigo con vida, no sé si es una buena noticia.
Bioy: Se va estrechando el número de cosas que puedo hacer, pero quiero hacer las que puedo.
Borges: No creo que haga falta decirlo otra vez, no he sido bastante valiente; bah, ni poco valiente tampoco. La prueba es que no he conseguido suicidarme, esperé demasiado tiempo y me parece que ya no hace falta. He tenido m s desdicha que felicidad pero, bueno, no puedo culpar a nadie por eso: he sido el artífice de algunas páginas perdonables y he sido el artífice de mis propias desdichas.
Bioy: Se suele decir que no hay nada m s triste que recordar los lejanos tiempos felices. Yo no estoy de acuerdo: recordar la felicidad me da un poco de felicidad.
Borges: Usted insistió en regalarme nueces y una barra de chocolate de taza... bueno, muchas gracias. Pero esto, como las condecoraciones de varias universidades del mundo, demuestra que los países y la gente cometen errores. Yo no merezco esto. Tampoco merezco castigo alguno. ¿Quién soy yo para merecer el castigo?... No ser católico me libera del tormento de pensar en mi salvación personal. La confianza en una muerte absoluta me facilita esta espera... De todos modos, muchas gracias por el chocolate.
Bioy: Vengo de estar unas semanas en el mar, en la costa francesa. Todos los días salía a una terraza con balcones de madera y abajo veía el mar que se movía... Después iba a bañarme, mar adentro... sin salvavidas eh. Sería ridículo con salvavidas yo.
Borges: A veces pienso que no tengo derecho a ser tan terminante, a decir que ya no ser‚ feliz. Con eso castigo a quienes se obstinan en quererme. No sé por qué procedo así... En los días que no viene nadie a trabajar, a estar conmigo, suelo entretenerme: me pongo a revisar esa irremediable inclinación mía a perturbar a quienes me rodean. Bueno, así llega la hora de mi cena y entonces cumplo con la costumbre de comer.
Bioy: Generalmente almuerzo y ceno. Y me gusta comer con hambre. Soy de gustos sencillos, por eso no eludo un buen bife y papas al natural. No me gusta adjetivar a la papa. También me gusta mucho el pan, pero me irrita esa tendencia a hacer pan con gusto a esto o con gusto a aquello. A mí me gusta el pan con gusto a pan. El pan sin adjetivos.
Borges: Ambiciones no tengo... El afecto de tanta gente me resulta incomprensible, un misterio estadístico. No voy a permitirme por eso la insolencia del júbilo, ¿no?
Bioy: Usted me dice, Rodolfo, que mi entusiasmo es asombroso. No creo que sea un m‚rito mi entusiasmo, es una gracia heredada que agradezco. Me divierto con mis invenciones y espero que pueda divertir a los demás... Quiero decir: que algo de adolescente queda en este viejo de miércoles.
Borges: Viene usted de la calle, ¿no? Tal vez presencié algún incidente, algún asesinato. Recién oí gritos que informaban que había sucedido algo irreparable por aquí cerca, una muerte tal vez... Es curioso: sabemos que el que muere, muere absolutamente, pero nosotros igual caemos en el desconsuelo; no queremos aceptar que la muerte nos borra y que eso sí es una buena noticia... Por mi parte, lo único que me preocupa hacia el futuro es que algún desvelado cometa la mala ocurrencia de proponerme como nombre de una calle, de alguna perdida plaza o de algún andén.
Bioy: Cuando tengo un día demasiado solo, leo; si no encuentro un libro que me agrade... bueno, entonces pienso en aquellos veranos tan felices de mi niñez. Porque usted sabe, en los veranos yo iba a la estancia de mi padre, posiblemente el lugar de la tierra que m s quiero.
Borges: No quiero convertirme en un profesional de la longevidad, además me parece que vengo siendo póstumo desde que nací... No sé si yo o quién alguna vez dijo que nuestra tarea postrera es repartirnos como ladrones el caudal de los días y de las noches... Pero hasta esa tarea es vana; quiero decir que la vida no me suscita el menor fanatismo.
Bioy: Hay días en que me entrego a la pereza; y no son días buenos para mí. Por eso siempre al levantarme, mientras me baño y me afeito, trato de pensar algo interesante; trato de darme cuerda diariamente.
Borges: Ya no me entretiene, como hace años, la obligación de ser memorable. Últimamente me avisan que me han concedido premios y distinciones en países que no llegar‚ a conocer; bueno, es un halago, pero ningún halago sobrevive a la inexorable muerte. El halago de la posteridad no me consuela porque vale tanto como el halago de nuestros contemporáneos, que no vale absolutamente nada. Pero no soy desdichado por tener la certeza de esto, al menos tengo para mí el consuelo de saberlo de antemano... Ah, uno muere por haber nacido, ¿no?
Bioy: Sabe una cosa, hace dos, tres días, yo estaba francamente desesperado... El perro que era de mi hija, que a veces vive acá y a veces en la casa que habitaba ella, ese perro que est echado allí, ¿ve?, destrozó los sillones de la sala; puede verificar el desastre si mira por sobre mi hombro... Pero mi desesperación no era por los destrozos, era porque el pobre animal me trajo de nuevo la evidencia, el horror de cosas que han pasado Últimamente aquí... Son momentos insoportables, porque las piezas, las camas vacías no tienen remedio... Qué mal estaba yo el otro día... Por fortuna miré hacia afuera y sentí el sol... El sol no era una cosa, digamos, espléndida, pero lo sentí como un bálsamo que lo consuela a uno... Pedí un vaso de agua, lo bebí, y encontré que el agua estaba deliciosa.
(Esto se termina; pero la vida, no hay caso con ella, continúa. Don Borges ya no está, pero respira en la perpetua fiesta de su escritura. Don Bioy, hacia fines de 1996, est de las dos maneras.
Sé que este libro es una impertinencia, pero la impertinencia es también una forma del amor.
Yo no quiero irme de estas páginas sin escribir en voz alta algo que se cae por maduro: a don Borges y a don Bioy, tan generosos, tan entregados a la confesión, les quiero dar algo que no tiene nada que ver con la entretela de la escritura, ni con el mentado estructuralismo, ni con la semiología, ni con el análisis literario: les quiero dar este abrazo. Y fuerte. Este abrazo así.
¿Cómo decir sin más vueltas que yo, a los dos, los quiero? Tantas, pero tantas veces la admiración literaria disimula y enmascara intelectualmente el afecto que nos viene directamente del corazón. Sí, ya sabemos que el asunto del corazón carece de prestigio y es sospechoso a la hora del empeño literario... Pero al caraxus: lo dicho, dicho est . El impulso es irreparable, y a este abrazo ni Dios con toda su mayúscula lo puede impedir.
Quedan unas pocas líneas por delante. ¿Cuál de los dos pronunciar las últimas restantes palabras? ¿Borges o Bioy? No importa quién. El orden de los factores no modifica, no soluciona el misterio. Los dos, como todos los arrojados a nacer, son portadores de desolación. Los dos, como todos los que alguna vez han respirado, son personajes de una infinita novela. El uno, hacedor de laberintos que después intentaba descifrar; el otro, detective cordial de esa ambigüedad que entreteje la realidad con lo fantástico. El uno y el otro, tan diferentes, tan opuestos, tan polares, y tan encontrados en la amistad. Los dos sumamente criaturas, tan criaturas que hasta los prodigios de sus libros podrían volverse un detalle.
Ahí están, don Bioy y don Borges, desguarnecidos y desolados frente al renovado misterio; como cualquiera: como tú, como él, como nosotros, vosotros y ellos. Como yo, que he decidido dejar de esconderme en la admiración para repetir, lisa y llanamente, que los quiero.
Dos criaturas a querer, finalmente.
Dos criaturas que tienen ahora la última palabra, porque la palabra es con ellos, es de ellos.
BorgesBioy ya están escribiendo sobre el papel de la única memoria capaz de atravesar la inmortalidad; en voz alta, están escribiendo en la memoria del aire:
Borges: Usted me pide que le responda sobre la palabra maestro y sobre la palabra infamia. Si con esas palabras quiere aludir a mis cualidades, le contesto que no tengo nada de maestro, en todo caso soy un alumno cada día m s antiguo... Infamias seguramente he cometido; admito el pecado de querer ser escritor, pecado sin duda favorecido por la indulgencia de la gente y la suya además, que ha venido a elogiarme con su atención y hace un rato a entretenerme con la evocación de Greta Garbo y sus ilustres facciones... Otro pecado que cometí -le estoy robando una vez m s la palabra a los católicos- es haber sido impiadoso con mi madre. Ella persistía en la esperanza; le agradaba suponer que mi vista algo mejoraba, pero yo no le daba tregua y siempre le contestaba que estaba irremediablemente ciego. Qué me hubiera costado decirle a mi madre que estaba viendo un poco m s... Ni cuando ella se moría le concedí la dicha de esa dulce mentira. Bueno, aquí tiene mi respuesta a su interrogante sobre la infamia. Siento una honda culpa por lo que no le di a mi madre... me hubiera costado tan poco... En fin, quisiera tenerla viva por un rato; quisiera que ella otra vez me preguntara cómo estoy de la vista para decirle: Madre, qué curioso, estos días ando mejor, estoy viendo un poco m s... Pero ahora ya es tarde para eso, sólo me queda el consuelo de haber aprendido que mucho m s importante que las muertes heroicas son las vidas heroicas. Ser un poco m s bueno con mi madre... eso hubiera sido heroico para mí.
Bioy: Puede ser un lugar común, pero la primavera, esas flores, los árboles aquellos... me dan un impulso vital, ciertas ganas de seguir en esto. Pienso que la tristeza de morir es saber que va a venir una mañana que no voy a ver. Aparte de eso, me gusta esto: la vida... Antes de nacer yo no estaba preocupado. Después, con la muerte, estar‚ igual, supongo... Pero si usted, Rodolfo, me pregunta por hoy, por este instante, le digo que me gustaría estar un poco más ágil, bajar con usted por el ascensor, caminar un buen rato por cualquier vereda, pararme frente a la vidriera de una panadería y comprarle medio kilo de pan recién hecho a la mujer que atiende... Aunque admito que soy lo que le dije, ¡un viejo de miércoles!, quisiera ahora tomar la vida con las dos manos. Pero la vida fluye y se va. Caray, no la puedo apresar... Sin embargo yo insisto igual: me bebo este vaso de agua... ahhh... ¡está riquísima!... Gracias al sabor del agua, si estaba algo triste dejo de estarlo y recupero ahora una alegría decorosa... En fin, mi amigo, últimamente lo m s importante para mí es llegar a ver la luz del día siguiente.
(En el noviembre de 1996, que incluye el día 27.)
|
|