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(Fragmentos)
(Noticia:
El domingo 27 de julio de 1890, luego de apenas almorzar, el pintor Vincent Van Gogh caminó hasta el fondo de una granja cercana; allí se concedió un tiro en la orilla del corazón. Pudo volver caminando a su inmensa cama; una vez en ella, encendió su pipa, como si nada: así empezó una agonía que se prolongaría hasta la 1 y 30 de la madrugada del martes 29. Alguien, un desconocido, entró en su habitación y lo acompañó sin pausa durante esas horas postreras (o inaugurales). Conversaron y discutieron arduamente; lo que allí sucedió jamás fue revelado. Ha bajado el momento de hacerlo. No está de más aclarar que los protagonistas de este suceso fueron, son, reales, y que cualquier semejanza con personajes de ficción es pura causalidad.)
(Domingo 27 de julio de 1890)
((La cama es enorme, de unos cinco metros.
El cuerpo de Vincent se ve del tamaño de un recién nacido.))
1
(A las 2 menos 10 de la tarde)
–Vincent, ¿y eso que sostiene en la palma de su mano?
–Un corazón, mi corazón.
–Arde. ¿Por qué en llamas?
–Porque es un corazón, mi corazón.
Porque es de corazón, mi corazón.
2
(A las 2 menos 5 de la tarde)
–Pero, y por qué tengo yo que rendirte cuentas sobre mi corazón en fuego. Te marchas. Dime quién eres.
–Vincent, no importa quién soy.
–Por entre la niebla de mis ojos deletreo tu rostro. ¿Nos conocemos de algún sitio?
–No soy su hermano Theo. No soy su médico Gachet. Tampoco soy su amigo enemigo Gauguin.
–¿Y entonces quién?
–Me llamo... me llamaré algún día Rodolfo Brac...
–Me llamaré dijiste.
–Vincent, yo todavía no he nacido. Ahora, aquí, está sucediendo el 27 de julio de 1890. Es domingo. Para que yo nazca con respiración, huesos, pelo y esas cosas falta mucho. Eso me pasará en 1940, en el Luján de Cuyo, muy al sur del sur.
–Déjate de discursos. ¿A qué vienes?... No no no, antes dime por qué me hablas en bastardilla.
–No lo sé… Decisión de Dios o del autor.
–Títeres somos. Me dirás a qué has venido.
–A saber, a averiguar.
–¿Acaso no ves que estoy agonizando?
–Agonizando siempre estuvo, Vincent.
–La que ahora agonizo es mi última agonía.
–Quién sabe.
–Ya; te marchas de aquí.
–Ya, tomo asiento en la única silla de este cuarto.
–¡Fuera te dije!
–Vincent, desandé décadas: vine para quedarme: de aquí, nadie me saca.
–Veo veo: eres un violador de agonías.
3
(A las 2 y 5 de la tarde)
–Me dirás de una vez de dónde vienes.
–Del futuro.
–Del futuro venimos todos. Sé más claro.
–Ya le avisé, yo naceré en 1940…
–¿Y qué diablos te trae por aquí?
–Le dije, Vincent: quiero saber.
–¿Saber qué?
–Saber qué hay detrás de la muralla; qué vislumbra usted después del último umbral.
–Yo no soy más que un ignorante, y extenuado: un viejo inquilino de la desesperación. Nada puedo enseñarte, Violador.
–Usted ya está pisando el umbral. Tiene que decirme enseguida qué ve.
–Veo abismo.
–No se esconda en las palabras: ¿qué ve del otro lado?
–Abismo. Sólo abismo. Nada más que abismo.
–¿Y cómo es ese abismo, Vincent?
–Es de noche en el abismo. Y el abismo es de noche.
(…)
8
(A las 7 menos 20 del atardecer)
–Ahora eres tú el que llora, Violador.
–No estoy llorando.
–Estás llorando. ¿Qué te ocurre?
–Ahora, hombrecitopintor de corazón desgajado, ni treinta monedas, ni un plato de lentejas por cualquiera de sus cuadros. Ahora, ni una mirada para el vértigo de sus colores. Ahora, ni una mísera limosna....
–Vamos, no me digas que esto provoca tus lágrimas.
–Vendrá el día, Vincent... el día en el que harán falta los oros de los que tienen mucho oro para pagar cualquiera de sus cuadros. Y valdrá muchos oros hasta su pincel más exhausto. Y valdrá muchos oros hasta la última perdida astilla de su cruz.
–Guarda tus lágrimas para cosas que valgan la pena.
–Lloro por no vomitar, Vincent. Lloro porque "los Cristos no cesan"; los Cristos se renuevan se agudizan se agravan ¡recrudecen los Cristos!... Desde las tripas lloro. De asco avergonzado lloro.
–Lágrimas inútiles.
–De a paladas vendrá por sus pinturas el oro, pero no cicatrizará el alarido ése que mana el borde de su corazón.
–Palabras… palabras... me fatigas. Déjate de lágrimas. Piensa que, al fin de cuentas, yo hice lo mío, y además...
–¿Además, Vincent?
–… atesoro muy secretamente un secreto. Que ni te imaginas.
–Cuénteme el secreto.
–Pides demasiado.
–Cuénteme el secreto.
–Pides en vano.
–Cuénteme el secreto.
–Pides con la impunidad de un niño.
–Me contará el secreto.
–Sírveme agua, Violador. Y déjame agonizar en paz.
(…)
10
(A las 8 menos 10 de la casinoche)
–¡Demonios! ¿no oyes? Llaman a la puerta.
–Le habrá parecido.
–Están golpeando. Abre.
–Sigo sin escuchar nada.
–Aparte de ciego ¡sordo! Abre esa puerta de una buena vez.
–La abro. Pero ya lo ve: no hay nadie.
–Siempre
hay alguien
detrás
de la puerta.
Y más ahora.
(…)
12
(A las 8 y 25 de la noche)
–Ahora es usted el que llora.
–Calla. Y déjame.
–¿Por quién puede llorar alguien que ya se ha suicidado?
–Lloro por mis zapatos
después de mí.
¿Quién los sacará a caminar?
–No le ponga sal a su herida.
–¿Quién, quién los sacará a caminar?
–Cálmese, Vincent.
–A nuestro último par de zapatos
no debiéramos conocerlos.
¿Por qué condenaremos a nuestro postreros zapatos
a vivir
sólo mientras dura nuestra pobre caminata?
¡Ayyyyyyy… vecinos,
hijos del planeta,
no hagamos también cristos de nuestros zapatos!
¿No habrá uno entre vosotros
que después de arrojar la primera piedra de cada día
que después de comer el pan de cada día
que después de todo guarde una gota de piedad
y venga a sacar a caminar una vez más a mis zapatos
a mis zapatos
a mis zapatos tan cansados,
ahora tan sin sol,
tan solos?
(…)
18
(A las 11 y 20 de la noche)
–El mundo entero duerme ahora. ¿Sientes la respiración de los silencios? Los hombres y las mujeres entrelazados en sus camas, las aves en el sosiego del corral, el niño hijitodeprostituta en el arca de su cuna... Todos duermen, Violador, pero nosotros despiertos…
–Somos dioses de los que duermen.
–Por un rato dioses
de los que duermen
tan desguarnecidos
tan criaturas
tan arrojados.
–El insomnio es un castigo que nos convierte en dioses momentáneos. Que así sea: dioses por la gracia del insomnio.
–Dioses por la gracia de la desgracia. Navegantes de la noche profunda, hagamos ahora un brindis por este vano privilegio.
–En mi mochila de andar tengo una botella de vino oscuro del Vistalba de Luján de Cuyo. ¡Y ya la estoy descorchando!
–Tú brindas con tu bendito vino y yo, con la anuencia de mis tripas, ya estoy brindando con el aguarrás donde resignan sus colores mis últimos pinceles. ¡Salud pues!
–Vincent...
–Algo quieres decirme. Suéltalo.
–Usted tenía razón: alguien anda por ahí, rondando este cuarto. La puerta se entreabrió un instante recién.
–Sí, cuando descorchabas tu vino.
–Usted está de espaldas a la puerta, ¿cómo hizo para ver?
–Sentí otra vez el olor de ella.
–¿Ella dijo?
–Sí, ella: el cuerpo que anda por ahí es el de una mujer.
–¿Cómo lo sabe, Vincent?
–Porque con ella cerca, mi corazón arde diferente: arde naciendo. Te digo que es una mujer.
–Qué seguro está.
–Cierra los ojos, Violador: pásale los dedos a los bordes del aire y te darás cuenta de que el aire fue mojado por el cuerpo de esa intensa mujer, recién.
(…)
19
(A las 12 menos 10 de la noche)
–Vaya, quién lo diría: yo busqué el fondo del vino y usted bebió el aguarrás de sus pinceles... Dígame, Vincent: ¿a qué sabe el verde?
–Sabe a mujer que viene por un sendero empedrado, con sus dos manos en la cintura y un cántaro sobre la cabeza. Ella tropieza. Ella cae. Y el cántaro con ella... pero el cántaro, dios, ¡no se ha roto! No importa su rodilla sangrando, ella es tan feliz…
–¿A qué sabe el azul?
–Sabe a muchacho que está colgado de un árbol, cabeza abajo. Y desde allí
mira vivir al mundo que no se da cuenta que vive
y que hay cielo.
–¿A qué sabe el amarillo?
–Sabe a noche honda: sabe a día de mañana.
–Y el gris, ¿a qué sabe?
–No, no te creas que sabe a tristeza: sabe a lluvia de verano, pendiente.
–¿A qué sabe el rojo?
–Sabe a poeta que será desgajado...
–Algo más sobre el sabor del rojo, Vincent.
–El rojo sabe a Federico García,
sabe a hombreniño al que de pronto en la oscura noche lo arrancan del lecho
y descalzo lo arrastran
y lo insultan y lo patean y le escupen la nuca,
y le ordenan que corra y él corre,
y le queman con balas la despavorida espaldita
y allí cae y allí se queda
con su nuca criatura manando vida que se va para no volver
con su nuca criatura tan sola
con su nuca criatura mirando a un cielo que ni pestañea.
Un desolado cielo que mira estupefacto.
(...)
(Lunes 28 de julio de 1890)
((La cama mide ahora unos cuatro metros;
Vincent ocupa el espacio que ocuparía un niño. ))
23
(A las 2 de la madrugada)
–Demasiada tristeza, la última vez que me asomé a un espejo:
vi que el espejo me miraba:
vi que el espejo empezaba a llorar.
Yo lo miraba y él me miraba, me miraba.
Entonces le enterré un puñetazo,
al espejo.
–Vincent, ¿y después?
–Desde esa vez, para siempre, ya no tuve quién me mire.
–¿Arrepentido?
–No tuve más remedio que el puñetazo:
comprende, yo lo miraba
y él no me bajaba la mirada.
–¿Arrepentido?
–Él no me bajaba la mirada.
–¿Arrepentido?
–Muy tarde para el arrepentimiento:
tarde para mí
tarde para aquel espejo...
–... que tuvo la puta idea de no bajarle la mirada…
(…)
24
(A las 2 y cuarto de la madrugada)
–La noche se viene larga: hablemos de mujeres.
–Te fascina mortificarme, ¿eres un cuervo acaso?
–Quiero saber. Pura curiosidad: usted, ¿qué tal con las mujeres?
–Una sola cosa tengo por cierta: “Quien quiera variedad, debe ser fiel”.
–Mejor explíquese.
–“Quien quiera poseer muchas mujeres, debe limitarse a una sola, siempre la misma”.
–Y del mentado amor, ¿qué me dice?
–En el amor he sido un desolado baldío. Baldío sin una semilla.
–Vamos, Vincent, confiéselo: como Cernuda, usted alguna vez habrá dicho:
“Si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido”.
–Dije eso, a mi manera:
poniendo esta mano sobre la llama de una lámpara, por ella.
Dije eso, pero no me escuchó, ella.
Grité eso, pero no me escuchó, ella.
Ladré eso, pero no me escuchó, ella.
Aullé eso
y vi la espalda de su corazón, que se alejaba.
(…)
35
(A las 7 menos cuarto de la mañana)
–Pero ¿qué hace? Vamos, vuelva a su lecho. Su herida sangra de nuevo.
–Voy a partir. Ya.
–Venga, deje que su cabeza descanse en la almohada.
–Me voy de esto.
–Así, ¿adónde podría ir?
–Voy hacia por la nuca de la muralla. A encontrar a Dios.
–Mi querido Vincent, estoy viendo que usted es el más porfiado de los optimistas... No es por envenenarle la sangre... pero, ¿y si detrás de la muralla el Fulano tampoco está?
–Piedad, Violador. Piedad y prudencia: las preguntas atrevidas se pagan demasiado caro: se pagan con los huesos con los sesos con las tripas... Tarde lo aprendí:
respuestas hay para todas las preguntas. Pero
no hay respuesta que no venga
con otra pregunta bajo el brazo.
(…)
38
(A las 8 y 40 de la mañana)
–Al menos pudo dormir unos minutos, Vincent.
–Lo suficiente para soñar.
–Diga en voz alta su sueño, antes de que se le deshaga.
–Soñé que la palabra espanto era una nuez. Rápido rompí la nuez con una piedra y vi que adentro estaban las siete letras de la palabra. Lo más curioso es que tres de esas letras se juntaban y latían. Entonces me di cuenta de que adentro de la palabra espanto,
agazapada
en cuclillas
está la palabra pan.
–¿Por qué sonríe, Vincent?
–Sonrío porque
si el pan está adentro del espanto,
el espanto tiene los días y las noches contadas.
El pan lo hará estallar en mil pedazos.
Tiene paciencia el pan.
(…)
40
(A las 10 y 5 de la mañana)
–Ha dormido un buen rato esta vez.
–He dormido y he llorado: soñé conmigo:
yo me buscaba me buscaba, y me encontraba.
Al verme me daba un apretado abrazo.
No debí hacer eso:
qué poco cuerpo le queda a mi cuerpo.
Qué desconsuelo sienten mis manos.
Da tanto frío
abrazar al desolado.
(…)
43
(A las 12 menos cuarto del mediodía)
–Oye, intruso: ¿cuánto hace que no juegas?
–Hace demasiado.
–A jugar entonces.
–Está en plena agonía: ¿podrá usted?
–Para mí agonizar no es más crucial que morder un durazno. De manera que ahora me da la gana silbar ¡y aquí me pongo! Fiii… fiiiiii... fiiii… A ver, Violador, no seas reseco: ¡silba tú también! ¡Hazle cosquillas al aire!
–Que más quisiera, no puedo: me estrangula mi timidez.
–Pero no seas carajo, no te frunzas:
¡silbemos juntos!
Juntos por la orilla del aire
juntos con el aire juntos
juntos por el aire juntos...
–Imposible, no me sale... Después de todo, ¿por qué hay que silbar?
–Hay que silbar porque sí.
–Y si uno no silba, ¿qué?
–Sabes, sé de un hachero que, por no silbar durante su faena, terminó talándose los pies. ¿Y sabes otra cosa?
–¿Qué?
–Ella se asomó un instante: acabo de ver una rodilla, casi una pierna por la puerta entreabierta.
–Rodilla… pierna… ¿de quién?
–La rodilla de una pierna descalza. De una pierna de mujer desnuda.
–No alcancé a verla.
–Pon atención: si miras el aire que estás respirando, la verás: sabrás que ahí afuera hace rato ronda una mujer.
Lee lo que nos está diciendo el aire.
El aire huele a mujer.
Se ha puesto hembra,
está mojado el aire: sabe a mar.
–El mar está demasiado lejos, Vincent.
–Por eso te digo: si aquí no hay mar, señal de que aquí cerca está latiendo una mujer... Cerraron la puerta.
–El viento la cerró.
–El viento no: ella ha sido: porque siente que estamos hablando de ella.
(…)
46
(A la 1 y 10 de la casitarde)
–Vincent, devuélvale de una buena vez el corazón a su pecho.
–Sabes que no lo haré.
–Quédese a vivir un día más. Qué le cuesta.
–Vivir un día más: eso es lo que hice por los días de los días. Alguien me sobornaba para eso.
–A usted, ¿quién pudo sobornarlo?
–Pues el sol.
–Pongamos que el sol sea el gran sobornador: déjese vivir un día más, tanto como para ver qué le trae mañana. Uno nunca sabe.
–Es inútil: aunque yo lo permita, tampoco el sol puede ya sobornarme.
–¿Por qué no podría?
–Porque el sol se quedó sin amarillo:
yo se lo mordí, se lo roí todo
hasta dejarlo sin semblante.
Ya puedo mirarlo al sol
directamente a los ojos, y sin pestañear:
señal de que mi juego ha terminado.
–De todas formas, distráigase, claudique: haga por quedarse un día más.
–Imposible: el soborno del sol se paga únicamente con esperanza.
Y yo nada espero de la esperanza.
(…)
48
(A las 2 y 25 de la tarde)
–A propósito de la lluvia, Vincent: aseguran que desde el cielo baja a la tierra.
–Eso tengo entendido.
–Y ¿desde dónde baja al cielo?
–Pregúntaselo a la lluvia… ¡Pasos! Escuchaste esos pasos.
–Sí. Muy leves.
–Pasos de pies desnudos. Pasos de pies que no son de niño, ni son de anciano.
–Dígame: ¿desde dónde baja la lluvia al cielo?
–El cuerpo de esos pasos es de mujer te digo
y esa mujer está desnuda te digo
y esa mujer tiene olor a mujer te digo
y esa mujer... ah, esa mujer…
(…)
50
(A las 3 y 25 de la tarde)
–Cuando te hablo, ¿por qué no me miras a los ojos?
–Miro su corazón.
–Pero joder, ¿qué pasa con mi corazón?
–Sigue en el cuenco de su mano, y en llamas: pobrecito su corazón.
–Pobrecita mi mano.
(…)
54
(A las 5 y 10 de la tarde)
–¿Duerme, Vincent?
–Para dormir hacen falta fuerzas que no quiero tener.
–Está a tiempo: usted aún puede deponer el suicidio.
–El abismo me espera con los brazos abiertos.
–Pero usted todavía está de este lado. Piense, Vincent, que en este mundo hay una mujer cálida, de humedad profunda, que lamería sus dedos agrietados, que veneraría hasta la oreja que le falta.
–Calla.
–... una mujer de buenas tetas, girasoles con su uva... Sobre ella podría descansar su cabeza en las noches del largo invierno.
–Que te calles dije.
–... una mujer capaz de todo: capaz de enfiestar el aire sublevando los olores primordiales del pan recién horneado, del ajo bailando en el aceite enardecido, de la albahaca sobornando las narices.
–Me torturas con ese paraíso que ni llegué a perder.
–Respóndame: ¿no siente acaso que usted tiene el derecho y el deber de semejantes goces?
–Hablas en vano.
–Vamos, ríndase a ese poquito de felicidad que la absurdidad también le puede conceder.
–¿Y quién, quién te ha dicho que yo no...
–¿Decía?
–Nada. Nada. No le hagas caso a la locura de mi fiebre.
–Considérelo, Vincent: hay una mujer en este mundo que está pendiente: que está para sucederle.
–Calla. Ten piedad. Convéncete, Violador:
si esta hilacha sigue todavía agonizando su agonía
es porque para el salto a la muerte
no le quedan fuerzas.
(…)
56
(A las 6 y 25 de la tarde)
–Usted se marcha nomás, hombrecitopintor...
–Me marcho, sí.
–... se marcha y deja la cama revuelta y deja la camisa sumida en sudor y sangre y deja un amasijo de vendas y deja unos zapatos embarrados y deja sus pinceles y sus pomos a medio usar. Usted se marcha y si te he visto no me acuerdo. Se marcha y no me ha dicho todavía si Dios existe o no existe.
–Me marcho, por fin.
–Demórese un rato más y dígame:
¿vale la pena seguir poniéndole la mayúscula a Dios?
–Necesito mucho menos que un rato para responderte.
–Diga.
–Hijo, Dios es un decir.
(…)
61
(A las 10 y media de la noche)
–¿Me das fuego?
–Arrime su pipa.
–Para mi pipa no: para mi corazón: se acaba de apagar.
–Acérquelo más... así... eso es... Su corazón ya arde de nuevo.
–Arde mi corazón, pero su llama ha vuelto nada más que para darme tiempo...
–¿...?
–Tiempo para arrojar
las piedras
de mis últimas palabras.
(…)
(Martes 29 de julio de 1890)
((La cama mide ahora unos tres metros.
Vincent ocupa el espacio que ocuparía
el cuerpo de un casi adolescente. ))
65
(A las 1 y 20 de la madrugada)
–Aguarde unas horas, Vincent: espere que amanezca.
–No. Te dije que agonicé al revés. Que agocé a raja cincha. Demasiado para un solo hombre. Y más si es tan flaquito.
–Empiezo a comprenderlo: su corazón ya no puede quedarse en la jaula de su pecho... De todas formas, hombrecitopintor, ya que fue capaz de tanto y tanto, ¿no sería capaz de desayunar conmigo en este próximo amanecer?
–Inútil que insistas. Estoy cumplido. Me voy.
–Eso significa que ya dejó atrás todas las ignorancias.
–No. Me voy, pero las eternaspreguntaseternas siguen mordiéndome cráneo adentro: ¿Hay Dios? ¿Sucede Dios? ¿Está Dios?
–Vincent, hermano anterior... ya fue tantas veces dicho: Dios no es más que una palabra que usamos para desentendernos del absurdo, para estrangular el vértigo... Habíamos quedado en que Dios es un decir.
–¡Lo sé!
Pero no me importa: a los zarpazos lo reclamo y lo grito:
Dios, ven aquí.
Dios, baja de una vez.
Dios, pronto: ahora.
Dios, apoya tu mano en este hueso de mi frente, calcinada.
Dios, abrígame este exhausto corazón, apenas aletea.
Dios, acúdeme al agujeroabismo que tengo en el pecho.
Dios, acaríciame esta nuca que salió a la intemperie en plena tempestad.
Cúrame, sálvame Dios de este interminable alarido que vadea mis entrañas.
Dios, no mires para otro lado: no me digas que te vas a desmayar por un poco de sangre.
Perdóname, Dios, por haber sido tan feliz y por haberme dado cuenta de cada instante.
Dios, baja por Dios.
Dios, sube por Dios.
Dios, no seas
así de inhumano con los humanos
así de miserable.
Me rindo, Dios:
aquí estoy aquí me tienes:
magro mustio sin una lágrima sin una gota de sol.
Dios, baja por mí.
Dios o Demonio, dime algo.
Dime algo ya. O calla para siempre,
dios Dios ¡Diós!
(…)
66
(A las 2 menos 5 de la madrugada)
–La puerta, Vincent. Alguien la abrió.
–¿Ves? Yo tenía razón. Hay alguien allí que no se anima a entrar. El aire me avisa que es ella.
–La mujer desnuda. Voy y le digo que entre.
–No. Aprovecharé la puerta abierta para irme yo.
–Quédese, aunque sea unos minutos más.
–Comprende, Violador: todo llega cuando llega:
me duele la orilla de mis huesos
me pesan las pestañas
y el corazón que sostengo con esta mano de pintar me sabe a roca...
El suicida que nunca se suicidó te dice, de buenas maneras:
aunque respiro, soy un material.
Porque respiro, soy un material.
En fin,
me ha llegado el momento irreparable,
el momento del cansancio de los materiales.
–No diga eso.
–Vamos, no te quedes ahí, derrumbado: enciéndeme mi última pipa... Y busca a mi hermano Theo; no cesa de gemir en la otra habitación. Tráelo ya: quiero pedirle mil veces perdón: por haberlo robado a su mujer a su hijo a la vida... También quiero pedirle expresamente perdón porque de los últimos pomos de pintura que me envió, pues, he dejado casi sin usar uno de verde veronese y otro de blanco plata y más de la mitad de ultramar y uno entero de cobalto... Tráelo a Theo, que quiero consolar su desconsuelo y decirle que es cierto que voy a morir, pero que eso es un detalle sin importancia... Ay, Violador, qué frío hace... qué oscuro allá abajo… qué lejos mis pies... Páramo tenía tanta razón: “Sube el camino para el que va, baja el camino para el que viene”... Para mí el camino baja baja... baja el camino y se deshace...
–A lo mejor, Vincent Van Gogh, esto que le está sucediendo ahora no es más que un sueño.
–Si sueño fuera, es sueño del que no se despierta... Esto es, sin más ni más, la mentada muerte.
–Ya que estamos: ¿qué es la muerte?
–Cuando pisas
y pisas
y nada:
eso es la muerte.
Cuando ya no sientes sed ni hambre ni miedo ni dolor ni envidia:
eso es la muerte.
Cuando al abismo se le hunde el suelo:
eso es la muerte.
–No hace falta ir a buscar a Theo: está escuchando, con la frente apoyada detrás de esa pared.
–Debí darme cuenta: la pared crepita... Violador, acércate un poco más... Escucha bien: enseguida, cuando haya sucedido lo que ha de sucederme, abre esa ventana de par en par, lávate la cara con agua fresca y... por favor... arrímate al llanto de ese hermanito menor que me entregó hasta la última miga de su insomnio… Ponle una manta sobre los hombros y pásale pásale tu mano sobre la nuca... Entonces dile por mí:
“El molino no estará, no estará,
pero el viento quedará, quedará.”
Ay, a mi hermanito no le dejes la nuca a la intemperie, recuérdale por mí:
“No es cierto que los muertos están muertos.
Mientras haya vivos, los muertos vivirán.”
Ay... ay... mi abismo ya se desfonda...
Hermano... hermanito tan padre de mis días y tan padre de mis noches,
desde la cruz de mi lecho hermano hermanito te pregunto:
¿por qué
por qué
por qué NO me has abandonado?
(…)
(Martes 29 de julio de 1890.
Unas horas después de la presunta muerte.)
((La cama mide ahora tanto como una cama.
Vincent mide ahora tanto como un hombre.))
69
(A las 6 y cuarto del amanecer)
–Ella espera por usted. Haga algo, Vincent. Pronto.
–Quiero, pero no sé cómo.
–Si no consigue que sus manos se desaten rumbo a ella, empiece por soltar sus palabras... Adelante, déle…
–...señora... señorita... Marilyn... como todavía no hemos sido presentados, lo hago en este acto: soy un hombre antiguo, pero no se engañe con mi semblante deshilachado: tengo su edad: 36, 37 años. Me llamo Vincent Van Gogh porque mi hermanito anterior murió para dejarme el nombre. Puede decirme Puercoespín. O Vicente, si prefiere... No se asuste por lo que se ve de mí: vengo de un largo viaje y traigo muchas heridas, pero créame, todas cicatrizarán: seré un hombre sin llagas, robusto y saludable... Le ruego que no se fije demasiado en mi oreja ausente... Marilyn, ¿pero está usted llorando? Ya basta de eso: hemos llorado más que demasiado sobre esta tierra rasante... Eh, tú, Violador, ¿dónde te piensas que vas? No me dejes así, solo. Ya le he dicho a esta mujer unas cuantas palabras. ¿Cómo sigo?
–No se detenga. En estos casos ponerse a pensar puede ser fatal. Usted siga, siga.
–Es que tengo tanto miedo.
–¿Miedo a qué?
–A que todo esto no sea más que un dulce folletín, el sueño ramplón y tonto de algún hacedor de cursilerías.
–No le importe el qué dirán.
–Debiera no importarme, pero mira: ahí, detrás de esa ventana aletean los curiosos y murmuradores: otra vez me señalan con el dedo de acusar... Escúchalos, escúchalos: “Vincent se dejó domesticar. El loco, tan luego, aflojó, entró en el molde, perdió la chaveta y la vergüenza, y ahora se entrega a un final asquerosamente feliz...” ¿Los estás escuchando?
–Al diablo con ellos, Vincent. Si la revinagre vida se compone de todo, también se compone de felicidad.
–Qué los parió... quisiera ser sordo, insisten; hijosdesumadre, ¿de qué final feliz hablan, si esto recién comienza? Los doctos, los eruc–ditos, los intelectualudos, cuánto, cuánto tardarán en darse cuenta de que
la mayor temeridad consiste
en afrontar el pan primordial
que simplemente tiene olor a pan,
en afrontar la menuda felicidad menuda.
–Vincent, que nada lo distraiga.
Nunca es tarde para aprender
que no hay mayor puerilidad que la soberbia.
Y que el corazón tiene su razón de ser.
–Corazón... co–razón.
–Ésa es la cuestión, Vincent. Así que, ándele. Déjese.
–...Vuelvo a usted, Marilyn. Perdone mi extravío... no volverá a suceder. Mire, ¿ve estas manos mías? No son tan inútiles como parecen: serán capaces de hacer... de hacer, por ejemplo, unas cuantas sillas de buenas caderas... de hacer una mesa grande, fornida... capaces, también de hacer una cama, una cama ancha, bien sólida, a prueba de...
–... tempestades...
–... y de glorias... Más le digo, señorita: estas manos mías hasta serían capaces de hacer una cuna. Una cuna que aguante las salvajadas de una punta de sucesivos hijos... Marilyn, para mí Mariluz… Sabe, usted me confunde: ¿ríe ahora o está llorando? Risa o llanto, el caso es que
usted me salpica el pecho
y eso
empieza a cicatrizar mi antigua herida...
(…)
70
(A las 6 y media de la mañana)
–... Violador, ella se ha puesto de perfil, no me suelta palabra. ¿Qué más le digo?
–Acaba de girar la cabeza para mirarlo. ¿Le parece poco?... Vincent, usted quiere huir.
–Huir hacia su cuerpo.
–Allá usted: suéltese, deje que se cuerpo se pierda en el de ella.
–Demasiado para mí. Si tan sólo la rozo, mis manos estallarán. No sé qué hacer... no sé...
–Iba por buen camino: siga hablándole: que una palabra lleva a la otra.
–... señora... señorita... ¿me permite usted tutearla? Presiento que caminaremos largamente y que el camino será el mismo para los dos... Créame, mis manos están en ayunas, desde que nací. En ayunas de mujer... Mis manos, educadas a la antigua, ahora te... están pidiendo permiso, Mariluz, para bajar por tu cintura... permiso para... aprenderte toda toda toda… Pero, ¿por dónde empezar? ¿qué camino seguir después de tu cintura que ¡ayyyyy! me hace trizar con un solo grito el cielo de la tierra? ¿Qué hacer con estas manos mías?: ¿las dejo que suban rumbo a tus racimos de sol?, ¿o las dejo que bajen hacia el ferviente sol que anida tus muslos?... Ay... me llevará días aprender tu cuerpo de memoria con mis ojos con mis manos con mi lengua con mi olfato... días con sus noches enteras... Violador, ¿estás ahí? Dime alguna cosa. Temo estar soñándome.
–Tranquilo, Vincent: esto es cierto: y va por buen camino.
–En tal caso, si esto es cierto, considero, Violador, y no te ofendas por lo que...
–No hace falta que me lo diga: estoy sobrando aquí. Me voy.
–Gracias. Pero espera un poco, déjame abrazarte... ¡Así, hombre! ¡Así!... Adiós, compañero de sangre, adiós... Ha sido un gusto agonizar contigo...
(…)
72
(A las 8 y 25 de la mañana)
–Por fin solos, mujer... Yo también me desnudo, por completo... Sabes, a tu lado el frío no me hace frío:
con el aliento de tu piel se entibia el aire.
Mis manos no se atreven, pero mi frente sí:
mi frente se acerca se anima se apoya en tu frente,
ahora mis pensamientos se mecen con un sosiego que no conocía…
ay, la sangre no hace ruido en mis venas: hace sonido...
Cierro mis ojos para mirar lo que nos vendrá:
te veo y me veo en días con sus noches:
los dos, tú y yo, apretados, anudados, no sabiendo
los dos, tú y yo, dónde empiezan tus muslos y dónde terminan mis dedos...
Ay, Mariluz, allá vamos, tú y yo, en un agosto tan desaforado que tiene olor y luz de octubre:
los dos, tú y yo, hemos salido a caminar un rato por el planeta,
pero decidimos jugar y lo hacemos en dirección contraria:
jugamos a extrañarnos por primera vez:
nos alejamos, nos perdemos de vista,
nos llamamos a gritos a través de la distancia,
dejamos de vernos y de oírnos,
nos detenemos,
ay, el corazón nos estruja la garganta,
desandamos enseguida nuestros pasos corremos corremos
hasta que nos avizoramos y nos vemos y nos acercamos
y ya nos deshacemos en el mismo abrazo, estrellados.
Durante el abrazo nos damos cuenta de que tenemos hambre y sed
y elegimos para morder la misma fruta.
Juntos le llegamos al hondo carozo.
Al carozo lo rompemos, juntos, con la furia entusiasmada de nuestros dientes.
Adentro del carozo encontramos
¡los veintisiete colores!
Ay, mujercita, me pedirás lo que yo necesitaré que me pidas: te estoy oyendo: “Vincent, aquí están los colores. Quiero que pintes las paredes de nuestra casa...” Me escucho responderte: “Mariluz, algo sé de esto.
Pintaré y silbaré mientras pinto.
No quedará pared sin semblante.
Pintaré esta casacasita que está arriba,
sobre la espalda del mundo, latiendo...”
(…)
78
(A las 8 menos 20 de la casinoche)
–Pero, ¿a dónde vas?
–No sé a dónde. Me voy.
–Si es de noche, mujer, ¿por qué, por qué te vas?... Ay, nada debo preguntarte. No gastes palabras: el caso es que yo no nací para ser amado.
–Te estoy amando: mírame la mirada.
–Pero te vas.
–Debo irme.
–Muero. Dime por qué te vas.
–Porque aquello que elegí para amar en la vida, todo, se me hizo trizas… Sabes, nunca llegué a verle el rostro a ninguno de mis hijos: en el vientre se trizaban apenas semillas… Adiós, Vincent.
–Ay, ¿qué haré conmigo? ¿Qué haré con mi pobre corazón?
–Déjalo hacer a tu corazón. Para latir se han hecho los corazones.
–Para latir, si es que uno tiene a quien amar.
–Debo irme.
–Puedes irte. Adiós, mujercita.
–¿Adiós? ¡No me digas adiós, Vincent!
–¿Y qué te digo, entonces?
–Dime buen día.
Y átame con la soga de tus brazos.
Y no me sueltes.
Y no me dejes huir.
–¿Me guardarás en tu abismo?
–Te guardaré, si me abrigas con tu intemperie.
(…)
79
(A las 8 y 35 de la noche)
–¿Has visto al topo cuando asoma? Aturdido sacude su cabeza por la insoportable revelación de la luz. Mujercita, ahora soy un topo de cada minuto. Para mí, demasiada luz la de tu cuerpo. Adiós, el que se va soy yo.
–No juegues, Vincent.
–Ningún juego. Para ser feliz hay que ser valiente. Y este hombrecito es menos que un cobarde. Tengo miedo de hacerme hombre.
–Compartamos el miedo.
(…)
–Vincent, mírame la mirada.
–Ay...
–Vamos, mírame la mirada.
–Es verdad, quiero empezar a dormir con otro cuerpo en mi cama. Estoy cansado de sentirle el olor a mi soledad. Quiero despertar y que alguien me esté mirando. Pero compréndeme, el sol de tu cuerpo es demasiado para este topo. Ten piedad: déjame huir.
–Mírame la mirada.
–Me rindo, mujer: tú mandas...
No hay caso:
ya no sabré caminar en otra dirección que no sea la de tus pechos.
(…)
81
(A las 9 y cuarto de la noche)
–Ya no hay después: después es ahora:
y ahora somos dos cuerpos desatados, desatándose...
–¿Es éste el camino, Vincent?
–Mariluz, es éste el camino porque somos camino:
la sangre en estado de pulso no puede equivocarse.
Sucede que nos estamos bebiendo en el sosiego:
el sosiego es fuego pendiente:
fuego quenseguida nos prenderá fuegolasangres.
Nos aprendemos la saliva mientras nos respiramos la respiración.
Demasiado para mí: tu aliento sabe a mujer caliente.
–Espera un momento, hombre mío: tu locura se volverá loca.
–¿Por qué te desprendes de mi sed?
–Voy a traerte agua de la lluvia.
–Ahhh... agua en el cuenco de tus manos...
–Vincent, inclina tu nuca torturada. Sobre ella dejo caer las sílabas de esta lluvia...
–Gracias por el agua…
Ya baja despacio por mi espalda.
Por años el dolor no me dolía porque soy de dolor.
Me pasé chapuceando el abismo,
estoy embadurnado de muerte...
Ahora tu agua me lava me desanuda me suelta.
Llueve lluvia desde tus manos
y mi cuerpo vuelve a mi cuerpo
sin remordimientos y sin presagios:
mi cuerpo, entero,
mi cuerpo por fin dispuesto a todo...
–Estoy lamiendo el agua que ahora baja desde tu nuca, hombre.
–Ya no lo buscaré allá arriba, mujer: ¡tengo el sol conmigo!
–Vincent, el sol gira. Gira el sol.
–¡Girasol!
(…)
84
(A las 11 menos 5 de la noche)
–Duermes, mi hombre, como un niño duermes:
asoma la g la i la r la a asoma la s la o asoma la l en tus labios.
Mi lengua va por tu centro, lame tu herida, la zurce con saliva.
Manso respiras desde el sosiego.
Ahora subo a tu frente crispada,
la aliso, la apaciguo con el viento bueno de mi aliento.
Despacio deletreo tus sienes: estás soñando, Vincent.
Ya no sangras
ya no sangras
sueñas soñando:
la sangre es contigo.
(…)
86
(A las 11 y 20 de la noche)
–¿Qué hace, mi hombre?
–Sillas, dos, tres sillas.
–¿Qué sigue haciendo?
–Una mesa.
–Te olvidaste de la cama.
–No me olvidé. La hice ancha y sólida esta mañana, muy temprano.
Y la saqué al patio.
–¿Para qué al patio?
–Para que beba sol. Luna tendrá, y mucha.
Y mientras yo le doy destino a las maderas, mujer, dime: ¿tú qué estás haciendo?
–Un vientre con mi abismo.
–Un vientre… tu abismo… Mañana haré la cuna.
–La cuna la haremos juntos.
–A propósito de hacer… ¿sabes hacer de comer?
–Aprenderemos juntos.
–De la mañana a la noche aprenderemos.
–Vincent, necesito saberlo: ¿Dios está viendo esto?
–Sólo se puede ser Dios siendo ciego: Dios no tiene ojos.
–¿Y manos tiene?
–Tampoco tiene manos.
–Pobrecito.
(…)
87
(A las 11 y 35 de la noche)
–Esto es cierto: porque es cierto.
La lluvia ya dejó sus últimas sílabas
y la tarde se trae alzada a la noche.
Tengo hambre, mujer, ¡hambre de comer!
–Si me sueltan tus brazos y tus piernas, Vincent, pronto haré el pan.
–Voy contigo, para mirarte en voz alta:
ahí va tu cuerpo, mujer...
Ahora tus dedos despliegan la harina, le hacen un ojo, le vuelcan el agua:
estás panadera por primera vez,
inclinada, amasando, desnuda.
Ay, tu espalda en cintura.
Que nada en el mundo te detenga: adelante con la harina.
Inclinada, amasando, desnuda.
Me ha llegado la hora:
busco tu cuerpo alzado por mi sangre
me arrojo
haciasobre tu espalda.
No dejes, inclinada, de amasar amasando, desnuda.
Mientras yo vadeo sin retorno tu abismo
este pan que crece por tus manos no necesitará horno para dorarse.
No dejes, inclinada, de amasar amasando, desnuda.
Cruxifico mi pecho a la curva de tu espalda
ya no soy de dolor: soy de pulso.
Estamos en lo mismo, los dos:
yo te hago amor y tú me haces pan.
–Tu pulso, Vincent, tu pulso me alumbra adentro tanadentro.
–No dejes, inclinada, de amasar amasando, desnuda.
–Ya te siento en el paladar de mi abismo.
–Tu vientre, nunca más desolado.
–Mi vientre alumbrado por un presentimiento que ya es latido...
–Subido, cruxificado, con mi pecho sobre la curva de tu espalda
me das la noticia de la semilla.
Mi pulso no piensa salirse de tu cuerpo.
No dejes, inclinada, de amasar amasando, desnuda.
–Esta eternidad nos tiene que suceder un rato más.
Lo menos que podemos hacer es vivir.
–¿Ves? La palabra Dios está muy cansada:
entonces para gemir o para gritar o para implorar
digamos la palabra ¡semilla!
–Hombre de mi carne,
“semilla” ya no es una palabra: es una semilla:
–Te estás te estoy semillando…
ay, tu corazón, ya no me da la espalda.
–No te salgas, Vincent, no te salgas:
cruxifícame, cruxifícate...
–¡Qué hambre con saliva da el amor de los amores!
¿Me estás oyendo, mujer? ¿Es cierta mi voz?
–No sólo oigo el rostro de tu voz, mi hombre,
allá, tanadentro mío,
escucho los gritos de tu pulso.
Y ¿sabes?, mientras estamos haciendo el nudo del amor de los amores
le viene semblante
y olor a pan a nuestro pan.
–Mujer, no lo dejemos para mañana:
ahora
ahora comámoslo.
–Comiéndonos, al pan ya estamos mordiéndolo.
–Ay, ¡tenemos gusto a pan en la lengua y gusto a vida en la saliva!
Ay, ¡qué hambre nos da el gusto a vida que tiene el pan!
–Cruxificados, Vincent, de goce cruxificados,
sin salirnos el uno del otro
así en la tierra como en la tierra
ya no podemos hacer otra cosa que nacer:
tengamos miedo juntos.
–Cruxificados, mujer, de felicidad cruxificados,
sin salirnos el uno del otro
así en la tierra como en la tierra
ya no podemos hacer otra cosa que nacer:
comamos el pan juntos.
(…)
88
(115 años después, o más…)
–Qué rápido se pasa el tiempo despacito.
Joder, ya estamos deletreando el siglo 21.
Cada año cumplimos uno más, pero con mi mujer no hemos envejecido casi.
No nos casamos, ¿para qué?, si nos amamos.
Hemos aprendido a hacer de comer, juntos.
Yo no sabía que era carpintero, pero parece que es lo mío, a juzgar por las sillas, mesas, camas y puertas sin cerradura que brotan de mis manos.
Sobre mi antiguo caballete tengo un cuadro, sin tela. El marco y nada más: a través de ese rectángulo suceden los días y las siestas y las noches: sucede lo que vendría a ser la vida.
Qué rápido se pasa el tiempo despacito.
Miro hacia atrás y la veo y me veo allá lejos...
Ella está amasando el primer pan, y yo enterrado, cruxificado en ella.
Ella panadera, ella guarida de mi pulso.
La estoy escuchando: con un dulcísimo gemido me avisa que
está semillando
porque su abismo se hizo vientre.
Me muerde por los cinco costados y me dice que vivamos:
me ruega que al eterno miedo lo tengamos juntos.
Me escucho pedirle que juntos comamos de una vez el pan recién amasado.
Y la escucho hacerme la pregunta de las preguntas:
¿Cómo sería el vivir
si al Absurdo le pasamos la mano por la cabeza
y le convidamos un pedazo de pan?
Qué rápido se pasa el tiempo despacito.
La veo y me veo también en una noche de demasiado verano:
estamos acostados en el puro suelo
naturalmente desnudos
los dos de espalda
los dos decididos a contar hasta la última estrella del cielo.
Al final de la noche, ya al borde de la aurora, esa vez tuvimos nuestra primera discusión. Todo fue porque a ella la suma le daba tres estrellas más. Creo que tenía razón, pero no se lo dije.
Qué rápido se pasa el tiempo despacito.
La veo y me veo comiendo en una mesa con dos con tres con cinco con siete granujas. Cada uno con su plato y su cuchara. Sopa para todos. Ninguno protesta, porque es sopa de arco iris.
Pero no todo ha sido sinfonía en nuestros días:
para lo que se acostumbra entre los nacidos, hemos cumplido demasiados años; yo en tres siglos distintos y ella en dos.
Algunas buenas gentes del vecindario, indignadas, por escrito se han quejado al Más Allá: consideran que gozamos de privilegios alarmantes y que somos unos abusadores a raja cincha. Lo primero es verdad; pero lo segundo también.
Qué rápido se pasa el tiempo despacito.
Ya bien entrados al siglo 21 advierto que el aire, es decir la civilización, ha renovado sus ruidos.
Es curioso: ya nadie habla de mí, Vincent Van Gogh.
Y ya nadie habla de ella, Marilyn Monroe.
Afortunadamente nuestros nombres se han traspapelado, se han desteñido.
¿Será porque al suicidio lo dimos vuelta como un guante?
¿Será porque en vez de ser infelices
venimos tratando de merecer la felicidad, sin aflojarle?
No tenemos vergüenza de ser reiterativos:
la vida, una fascinación que no cesa.
La vida, así nos coma por las patas, nos haga lo que nos haga,
no está para perdérsela.
La vida, ¡joder! nos tiene emputecidos.
La vida, no hay caso, ¡no podemos vivir sin ella!
Y ella, la Vida, ¿podrá vivir sin nosotros?
Capaz que sí, la muy perra.
Por lo que sea, como sea,
hoy podemos dar fe:
el pan es cierto.
Tan cierto es el pan que no hace ya falta decir amén. |
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