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ATAHUALPA YUPANQUI
"¡Cómo se apura la gente para no vivir!"
Mayo de 1979. Tiempos en los que en la Argentina se decía que «el silencio es salud». Tiempos en los que callarse la boca se había convertido en una costumbre nacional. Pero hay silencios y silencios. Con don Atahualpa íbamos a hablar del otro silencio, del esencial.
Es un hombre que mete miedo. Cuando arreglamos la entrevista me dice redondamente: «Mire paisano, entendámonos: vamos a hablar de folklore, ¡de folklore! Si usted sabe de eso, la charla va a ser hasta que oscurezca. Si no sabe, no pierda el tiempo, porque va a terminar rapidito». El folklore no es mi fuerte, ni es mi debilidad. Pero no se lo digo. Y ya voy rumbo a ese hombre que se vuelve más enorme por ese vozarrón que le viene desde adentro de la montaña, la montaña de su cuerpo con traje azul y corbata. Estamos en un lugar neutral, en un café. Tengo más temor que de costumbre. Tal vez en diez minutos la entrevista habrá naufragado. No me animo a decir nada. Pedimos café. Atahualpa comenta: «Vaya, este día se vino trapapelao: parece de verano, hay mucha humedad». Cuando los humanos nos ponemos hablar del estado del tiempo es porque no sabemos cómo entrar en conversación. El comentario, trivial, esconde un atisbo de inseguridad, tal vez de timidez. Después de todo, la insoportable humedad sirve para vislumbrar que el tremendo prócer que tengo enfrente es un ser humano:
--Víctor Delhez, un plástico belga que vive en Mendoza, suele afirmar que las grandes culturas del mundo han surgido de zonas muy húmedas. ¿Qué piensa de eso, Yupanqui?
--_No me he puesto a observar eso. Sólo se me ocurre decir, por ejemplo, que Canal Feijoó no nació en una zona húmeda. En cuanto a Víctor Delhez, vaya casualidad, somos amigos. Es uno de los grandes grabadores del mundo. A cada tanto nos escribimos, nos preguntamos: «¿Seguís viviendo?». ¿Sí? Bueno, adelante». Delhez es un artista total.
--Para usted, ¿en qué consiste ser artista?
--En buscar denodadamente la luz. Todo artista a la vela le hace sombra con la mano. Para que no se apague. Esa es la misión: ser artistas esenciales, no formales. Un artista no tiene necesidad de dejarse la melena sobre los hombros, ni de vestirse de raro. El artista tiene el pudor necesario que el misterio del arte da al que quiere un día manejarlo... Mientras tanto es manejado por el misterio del arte. Vea, es un buscador el artista. Hay menos buscadores de lo que parece.
--¿Borges es un artista?
--Borges es un buscador excepcional, naturalmente que es un artista. Es dueño de un lenguaje, de una sintaxis, de un acento prosódico. El no ha necesitado llegar a la imprecación para fabricarse una originalidad. Muchos escritores piensan que el arte popular se consigue hablando vulgarmente. Y están equivocados. El pueblo tiene algo de sagrado. Partamos de nuestros paisanos.
--Yupanqui, al llegar usted me trató de paisanito. ¿Qué significa ser paisano?
--Sencillo: paisano es el que tiene paisaje adentro.
--¿Y se puede ser paisano siendo bicho de ciudad, usando lentes?
--¡Claro que se puede! Los lentes no importan. Hay otra manera de mirar, hacia adentro, para la que se precisan nada más que los ojos.
--¿Cuál es el rasgo más notorio de nuestros paisanos?
--Son siempre sentenciosos. Tienen poder de síntesis, entonces pueden sentenciar. Cuando ven a un caballo que se frena de golpe, dicen: «Ya me parecía a mí que ese caballo...» Porque le estaban viendo el final de triunfo o de derrota. Nuestro paisano se adelanta a los acontecimientos de la vida. Sólo a veces los expresa, y no es porque sea lerdo en el pensar, si no en el decir. Tradicionalmente el paisano no abre la boca para decir tonterías.
--Este mundo en el que vivimos, ¿ayuda a la gestación o a la desintegración del paisano?
--Y... no sé, no sé.
(Atahualpa dice no sé, pero sí que sabe. Aunque no hay sonrisa en su boca, sí la hay en sus ojitos achinados: parece que mirara por la rendija de una puerta. No pasan cinco minutos, y a propósito de otra pregunta responde lo que eludió con su socarrón no sé.
--Los elementos de comunicación, de información, pueden ensanchar los horizontes del hombre esencialmente paisano, pueden darle mejor manejo de sí mismo, pero pueden también desorientarlo, distraerlo.
--Los medios de comunicación, ¿realmente nos comunican?
--Esos medios a veces fagocitan; creyendo dar están quitando. Dan la forma, pero quitan la esencia. Hay muchas formas de sofisticación, de eso que llamamos "civilización", que no hacen más que vendernos, todavía, espejitos y collares de vidrio... Con un hacha de piedra, que no es de piedra, nos están cortando el cordón umbilical que nos une con los misterios de la tierra en que nacimos.
--¿Hay modo de recuperar ese cordón umbilical?
--Siempre hay modo.
--¿Cuál es el modo?
--Esa es la cuestión: cómo volver a la tierra, cómo yapar, cómo añadir, como atar ese cordón tajeado sin que se le note el plástico...
--La soldadura...
--Eso, la soldadura. Tal la ineludible pregunta que debemos afrontar: cuál será el elemento material que pueda unir lo cósmico del hombre. Pero hay algo cierto, desde ya, que nadie puede elegir por uno. Uno mismo es quien tiene que elegir el camino de retorno. Nadie puede indicarle al hombre ningún camino para recuperar su paisaje, su vínculo con la tierra. Déjelo al hombre que busque su vida, busque su hoja, busque su sombra, su árbol, hasta que encuentre su raíz.
--¿Cómo es el mundo que usted busca, Yupanqui?
--Un mundo semejante al que hace cuarenta años valorizaba el filósofo hindú Jinajharadasa. El no se explicaba nuestros rascacielos, no se explicaba cómo, en vez de edificar hacia lo alto no desparramamos la ciudad hacia la pampa. Jinajharadasa decía, por ejemplo, que los héroes puestos sobre monolitos, a dos metros de altura, son inalcanzables. Lavalle, nuestro Lavalle, medía un metro sesenta... cualquier niño de doce años estaría a la altura de Lavalle si le estatua no estuviera tan alta. Y el niño diría: «Si yo estudio, si yo trabajo, si yo me preparo, podría ser como este gran héroe nuestro». Nivelando las alturas de las estatuas con los hombres conviviríamos con ellas, estaríamos más familiarizados con los mejores. El hombre necesita poder palmear el bronce, que el bronce esté a su altura. En un mundo así todo sería bastante diferente, menos burdo, menos sofisticado, menos violento.
--¿Alcanza la no violencia para superar la violencia?
--La no violencia ha sido para mí más que una curiosidad, una necesidad. La violencia ambiental muchas veces me agobia. Pero me las arreglo para curarme de ella. Cuando el cine y la televisión, que son pura violencia, me extenúan, busco mi remedio. ¿Sabe lo que hago? me voy a ver películas de cow-boys.
--¿Justamente?
--Sí, paisano, porque en ellas la violencia es mentira, allí los revólveres nunca se cargan y tienen setenta tiros. Además, cuando veo que a la pradera o a la montaña la atraviesa un caballo al galope es todo un paisaje en acción, es mejor que el mar, que la nieve, que el galán y la galana. Cuando dialogan los galanes yo estoy mirando si el caballo está inquieto o no. Mirar eso me cura.
--Esta necesidad de no-violencia, ¿es cosa que le ha venido en estos últimos terribles años argentinos?
--No, es algo que tiene casi tantos años como mi vida.
--En su vida, ¿hay algún episodio de violencia de esos que no cicatrizan?
--... Muy lejanamente recuerdo, justamente, algo que tiene que ver con el dolor y con la violencia... Se trata de un hombre al que vi morir, de rodillas, abrasado a su caballo... Era amigo de mi familia, había recibido dos tiros en la espalda. El asombro horrorizado de aquello todavía me habita. (Yupanqui tira la cabeza hacia atrás, cierra los ojos unos segundos, retorna respirando hondo.)
--De su padre, ¿recibió violencia alguna vez?
--Mi padre... me gusta nombrarlo. Gracias paisanito, por la ocasión que me acerca... Era un tipo muy sensible mi padre. Inteligente y severo, muy medido en su conducta. Le digo medido por esto: yo he hecho diez mil travesuras, las de todos los chicos y algunas más. Pero jamás recibí ni un chirlo, ni una bofetada, ni un pellizcón de mi padre. Lo único que hacía era llamarme. Me plantaba frente a él. Me decía: «Póngase derecho». Me preguntaba: «Dígame, ¿qué pasó?». Y después me castigaba de la peor manera: me decía: «Lo felicito, amigo, vamos a quedar muy bien con usted. Vaya, vaya nomás». Así era mi padre.
--¿Y su niñez, don Atahualpa?
--Mi padre ferroviario, de los de antes, trabajaba en donde podía, donde lo mandaban, de relevante. Mi madre era mujer llena de dulzura, aunque de carácter... Nosotros éramos pobres, muy pobres, pero como se era pobre en aquella época en nuestra patria: pobres con libros, pobres con tres o cuatro caballos, con dos vacas lecheras para ordeñar. Éramos pobres pero no hemos vivido jamás en la miseria. En la miseria han vivido los abandonaos pero no los pobres con voluntad. Un pobre con voluntad siempre tenía una buena rastra, un par de espuelas, aunque sea de fierro. Pero ni los abandonados se morían de hambre en aquel tiempo, siempre había quien ofreciera un pedazo de asao; una voz que dijera «pase y coma nomás», sin preguntar quién era, de dónde venía ni adónde iba. Estoy por decir: pobres eran los de antes.
--Yupanqui, cuando usted pronuncia «abandonaos» embronca la voz. En su código de vida, ¿eso es lo que más aborrece?
--No, no es eso. El defecto que más aborrezco no es nacional, es mundial, pero mucho más me duele cuando lo veo aquí, cuando el tipo es de Tandil. Me duele por mi aire... Aborrezco, me parecen execrables los ventajeros. El ventajero es repudiable siempre. En el ventajero está agazapado el oportunista, el desleal, el acomodaticio, el barato, el mediocre, el envidioso, el que le tiene miedo a la vida. Al tenerle miedo a la vida tiene miedo a la luz, a la verdad, a lo limpio.
--No mencionó al alcahuete. ¿Fue por omisión voluntaria o por olvido?
--Por olvido. En el ventajero también se hospeda un alcahuete.
--Usted viaja bastante, ¿le gusta viajar en avión, don Atahualpa?
--Gustarme no me gusta, pero si hay que viajar en avión, se viaja. Un puñado de horas y estoy en París. Como gustarme, me gusta andar a caballo. El viaje a caballo es rico en llegadas. Uno va llegando a una lagunita, a cierto nogal, a una piedra, a un tranquilo arenal. En el avión se llega una sola vez. Si es que se llega.
--Y cuando está lejos, ¿qué extraña de su país?
--El norte sobre todo. Y el cerro Colorado. Al norte lo conozco así, como a mí mano. Lo aprendí de muchacho. Dábamos cine mudo con mi amigo Molina: íbamos en un camioncito, colgábamos la sábana tirante entre dos algarrobos y cobrábamos diez centavos del lado que se podía leer y cinco del otro. Después yo tocaba la guitarra y cantaba mis canciones hasta que los dedos me quedaban petisos de tanto darle y darle.
--¿Para qué sirve la canción, la poesía? ¿Usted se siente poeta?
--Vamos por parte. No sé si una canción influye en el mundo, pero si sé que comunica, abre las puertas. Lo importante no es andar abriendo puertas con ganzúas, sino usando una buena llave. Para mí una buena llave es la canción tradicional. En cuanto a yo poeta: no exageremos; yo alguna que otra vez le arrimo el bochín a la poesía. No más que eso. Pegar unos gritos en el cerro no significa estar haciendo el Sermón de la Montaña.
--De los otros compositores, ¿a quiénes aprecia?
--Me gusta Julián Aguirre, enormemente. Me gusta López Buchardo. Y hay un sujeto que se llama Anónimo que para mí es bárbaro. Es el de la vidalita, la huella, la zamba de Vargas... Me gustaría perecerme a él. ¡Cuánto compuso ese N.N.! Dentro de ese N.N. está el ser argentino, el verdadero folklore. Folklore es eso: lo que el pueblo aprende sin que nadie se lo haya enseñado.
--¿Cuáles son las canciones que más lo expresan a usted?
--He compuesto unas mil quinientas. Tal vez treinta o cuarenta me representen cabalmente. Eso sucede con algunas milongas y en los solos de guitarra, como Vidala del Silencio, por ejemplo. Ahí me siento cómodo, en todo lo que ande orillando el silencio del hombre... El silencio es un asunto, es un campo, un océano en el que me gustaría navegar. Es un mar bastante insondable, sólo por sus orillas puedo andar, porque no he alcanzado todavía la condición de intrépido nadador. Feliz será quien alcance esa condición. Sé de muy pocos que lo hayan logrado... me imagino que Herman Hesse, Romain Roland...
--Y qué le parece, ¿Borges estará navegando el silencio?
--Borges puede opinar con gran propiedad sobre el asunto, pero sin haberlo vivido del todo. Me gustaría ser respetuoso con un talento así. No me siento autorizado ni tengo intención de herirlo... pero... pienso que una actitud parecida al silencio debe observar quien conozca profundamente el silencio.
--Ese silencio al que usted se refiere, ¿puede ser alcanzado a través de la muerte voluntaria, del suicidio?
--No, mi silencio no tiene nada que ver con interrumpir la vida, al contrario, ¡al contrario!
--Usted, Atahualpa Yupanqui, ¿cómo se lleva con la muerte?
--Me llevo.
--Pero dígame qué siente por ella: ¿qué?
--Una de las cosas que produce en mí una enorme, muy enorme desazón, casi una decepción del mundo, es el saber que tengo que morir por una inutilidad, morir porque sí, sin haberlo pensado, sin haberlo deseado, sin haber elegido el momento. Rilke decía: así como el hombre elige su vida debe elegir su muerte. El tuvo una muerte envidiable, elegida: estaba en un castillo prestado, al cortarle una rosa a una amiga se enterró una espina en un dedo. Sobrevino el tétanos. Tuvo dolores horribles y quisieron llevarlo a París. Pero dijo que no. Eligió su momento. Después vino el existencialismo y deformaron la intención de Rilke. Algunos se ayudan a morir con la marihuana, con la droga, una gran porquería, execrable. ¡Eso no es bien morir ni es nada!
--¿Usted alguna vez le vio la cara a la muerte?
--Sí, hace dos años yo estuve por morirme, técnicamente estuve varios días muerto. Me encontraba en Madrid, para actuar en televisión. Tuve un edema pulmonar, siete litros de agua en un pulmón, no me entraba el aire. Cuando me di cuenta eran las siete de la mañana, estaba solo en el hotel. Me sentí muy mal, resignadamente mal. Recién a las siete y cuarto llamé a un amigo. Pero antes me bañé, me peiné, me vestí con mi traje azul, ropa nueva... Yo dije: «Voy a ser un elegante finao». Después me llevaron en ambulancia al hospital. Cuando me desperté sentí que alguien me levantaba el brazo. Dije: «¿Va mal la cosa, doctor?». Me contestaron: «No soy doctor, soy San Pedro». Casi me lo creí, apenas respiraba. Y pensaba en mi familia, en mi hijo Roberto, en mis nietos... Pensaba mucho en mis nietos.
--Yupanqui, usted puede contar el cuento, entonces cuente: ¿es cierto que cuando la muerte se asoma, el señalado hace una especie de balance?
--Vea, paisanito, yo el balance lo hago en perfecto estado de salud y con alta conciencia. Lo hago continuamente. Vea, tengo un amigo que es avaro. lleva encima una libretita. Toma una gaseosa y anota en la libretita. El se paga dos gaseosas por semana. Todo lo anota en esa libretita. Yo tengo una libretita parecida, pero es una libretita espiritual.
--Y después del último latido, don Atahualpa, ¿qué?
--Bueno, creo en aquello de que "del polvo vienes y en polvo te convertirás". Pero me pregunto: lo cósmico del hombre, ¿también se termina?
--Si puede, responda a su pregunta.
--No merma el tranco el mozo... Vea, yo pienso que no, que lo cósmico del hombre no se termina. Creo en la transmutación, se muda. Yo creo mucho en las cartas de Dios.
--¿Qué es eso de las cartas de Dios?
--No lo comento frecuentemente, pero ya que viene al caso le cuento: yo hace años leí un poema. No recuerdo el nombre del autor. Me quedó el concepto. Al principio no lo tomé muy en serio, ahora sí. ¿Sabe lo que son las cartas de Dios?: las hojas de los árboles de otoño. El poema, su idea, era más o menos ésta: cuando camino por el parque encuentro a mi lado muchas cartas de Dios, que yo debo conocer y no debo olvidar... No las levanto, ni las leo, porque sé que más adelante encontraré más cartas de Dios; hoy, mañana y siempre encontraré cartas de Dios. El sólo pensar en las cartas de Dios me imagino que lo prepara a uno para un respetuoso umbral, para meditar hasta donde pueda, hasta donde le alcance el poncho. Cada cual se tapa de acuerdo al poncho que lleva. Eso siempre me da vueltas. No sé si yo, caminando, me agacharé a levantar las cartas de Dios...
--El mentado Dios, para usted, ¿que es?
--Un profundo misterio. Le tengo mucha desconfianza al comerciante que me recomienda todos los días la misma yerba porque es lo que me quiere vender. Creo mucho en esa frase del profeta Isaías que dice: «Dios es Aquél a quien sólo el silencio nombra». En eso creo. Entonces, aquí, punto. No hurguemos, no hurguemos más. Punto ¡eh!
(Después de la orden de no hurgar más, Atahualpa Yupanqui se queda en el gesto con la palma de su manaza en alto. Le propongo pedir otro café. Me dice: «Me parece, paisanito, que nos conviene un jerez». Y el jerez viene.)
--Sin ánimo de ofender, don Atahualpa, ¿usted es o trata de ser paisano?
--Soy sentencioso, chistoso, socarrón, me manejo a lo paisano: soy un paisano. Tengo mis años. No es que sea un hombre viejo; hace una punta de años que soy joven. Me siento paisano, cuando me manejo como paisano me encuentro cómodo, no me aprieta ningún zapato. Soy así arriba o abajo del escenario. No me hago el criollo. No es mi espectáculo hablar como hablo. Pero cuando me pongo la guitarra cambio, me pongo serio, dejo la broma. La guitarra me agrava. La guitarra es la boca del mago, es el jagüel, el agujerito de la montaña por donde baja el agua fresca, o por lo menos el agua que viene de lejos.
--No es que pretenda seguir hurgando, pero ¿sus canciones lo acercan al silencio esencial?
--Digamos que mis canciones me traicionan, se proyectan más allá de mi silencio, de lo que yo quiero callar.
--Don Atahualpa, usted es una especie de domador del silencio. ¿Alguna vez hizo algo concreto para tomar al silencio por las astas?
--Sí que lo hice. Hace como treinta años, durante meses, durante años anduve preocupado, buscando en la guitarra, fijesé usted, en la guitarra, un sonido, un acorde, algo que pudiera traducir el silencio, ese silencio esencial. Mucho tiempo anduve puesto a esa tarea, a la que le dedicaba hasta dos horas diarias. Quería apresar musicalmente el silencio, decirlo. Quería desesperadamente encontrar la nota, de manera que cuando fuera tocada de inmediato se dijera: «Ese es, ahí esta el silencio». Ahí fue que desemboqué en Vidala del silencio. No me conformó, no alcancé a decir ni el uno por mil de mi preocupación por traducir el sonido del silencio. Esta locura mía de apresar el sonido del silencio creo que me nació cierta vez que estaba en La Rioja. Vi una nubecita de esas que se quedan quietas, como colgadas en la mitad del cerro, colgadas como algodoncitos. Pensé al verla: es una nube, una nubecita, claro, ¿pero será una canción del silencio que está esperando que uno se arrime a la montaña para aprenderla, para parar la oreja? Perdí mi tren que iba a Córdoba y me fui al cerro Velasco. Me fui a saber qué había adentro de la nubecita. No la encontré, pero tuve la impresión de que en ella había algo que traducía el silencio de la naturaleza. Después seguí con desesperación tratando de traducir el silencio a través de algo musical; recurrí a la vidala, porque la vidala es un eco que anda buscando su voz.
--Don Atahualpa, la ciudad no es buen lugar para perseguir el silencio esencial, no?
--La ciudad no es un buen lugar para nada. En la ciudad no se puede escuchar uno de los ritmos, uno de los sonidos más hermosos que se puedan concebir: el sonido del galope de un caballo, del galope de un caballo que regresa con un hombre al rancho. La ciudad nos aleja del silencio esencial.
Hasta nos aleja de la verdadera civilización. Pobre ciudad.
--Pero aquí estamos, don Atahualpa.
--Aquí estamos, en la pobre ciudad, viendo cómo se apura la gente para no vivir.
CHARLY GARCIA
"Yo y Maradona elevamos techos"
Noviembre de 1995. Con una semana de diferencia, tengo dos encuentros con Charly García. El primero, nocturno, con un Charly que venía de dos días sin dormir, sentado en el piso de su departamento y rodeado por cinco teclados como en un corralito. El segundo, vespertino, recién levantado luego de dormir doce horas. En el siguiente monólogo entretejo una síntesis de algunas de las cosas que dijo García definiendo al indefinible Diego Maradona y definiendo al indefinible Charly.
"Siempre me vienen con preguntas. Bah, yo sé lo que me van a preguntar. Me preguntan por qué por qué por qué. Y yo silbo... fiiii fiiiii fiiii... y siempre digo lo que tengo que decir. Y lo que digo es: si es que soy diferente soy muy diferente. Pero eso no quiere decir nada. Depende de la cantidad. ¿Por qué por qué por qué? Porque si los diferentes fueran m s que los normales, lo normal sería ser diferente. Entonces dejaría uno de serlo. Si no se entiende lo que digo, no tiene importancia. Y si se entiende, tampoco tiene importancia, ¿okey?
Fiii fiiiii fiiii ¿Y qué tiene importancia? Lo importante vendría a ser no matar de un tiro a un niño de tres años. Ni de un tiro ni de hambre ni de nada. Y lo importante es darse cuenta que el futuro no viene después: el futuro es. Es. Es ahora. ¿Y el pasado? El pasado era futuro cuando era presente. Si se entiende, bien. Y si no, también. Fiiii fiiiiii fiiii... Bah, no sé. No soy profeta ni nada, yo hago música. Yo trato de ser una unidad móvil autosuficiente. Con dos mangos o con cien millones de dólares. Trato de comprar tiempo. ¿Tiempo para qué? Tiempo para poder estar tranquilo mientras resuelvo el acertijo.
Fiiii fiiii fiiiii... ¿Y qué es el tiempo? El tiempo es algo que transcurre igual para nosotros al lado de un shopping que para los indios que viven en el Cuzco. El tiempo puede ser una jugada de Maradona. Yo me identifico con Maradona y Maradona se identifica conmigo. Los dos somos puro misterio. Maradona en la cancha no piensa, es. Es. Es. Cuando le pasa la pelota a alguien, porque le dio la onda, el elegido no cree que la pelota le vaya a caer exactamente en los pies. Pero allí le cae. Y con mis canciones también pasa eso. Piensan que estoy paveando con los teclados, pero estoy en un proceso que no puedo explicar. Porque si lo pudiera explicar, plaf, se terminaría el truco. Uno hace lo que hace, yo o Maradona, pero cuando lo hace no sabe lo que hace. No sabe, pero sabe.
¿Por qué por qué por qué? Todo el tiempo estamos hablando, explicando lo que no tiene explicación. Por eso los psiquiatras est n repletos de guita. Bah, no demos m s vueltas: ni yo ni Maradona estamos adelantados. Estamos ahí. Estamos. La hacemos. Pero no hay caso: se nos vienen encima con los por qué. Y a uno lo acorralan con preguntas. Y lo acorralan con consejos. Oíd mortales, nos acorralan con la desprotección y ese dedito de mierda que siempre señala. ¿El dedito de los mocos? Okey, ese dedito. Yo soy uno de los músicos más no sé qué de los últimos cincuenta años y entonces se me vienen encima, dicen que para salvarme, dicen que para cuidarme, pero no es así: te acorralan... La última vez lo de Diego podría haber salido mal, pero Diego salió. Y yo salí. Y después mucho piripipí, mucho esto, mucho lo otro y está tudo bem. Y viene el presidente Méndez y cuando llegan los Rolling Stones declara que quiere ver a Charly García. Todo bien. A mí me chupan un dedo. Tudo bem. Sos un ídolo y todo bien con todo el mundo. Pero nos podrían cuidar un poco... Cuidarnos, pero sin tratar de cuidarnos.
Fiii fii fiii fiii... Mortales, qué bueno es el himno. Huid mortales. ¿Por qué por qué por qué? Tengo el bigote bicolor porque una vez papá y mamá se fueron muy lejos y yo tenía dos años y yo los extrañé mucho... Pero ahora estoy bien eh. Superbien. Y a los que quieran cuidarme, por favor, no vengan a salvarme. No vengan a decirme “no te mueras, Charly”, “no te mates, Charly”. Me encanta que me quieran, pero muchos de los que quieren cuidarme y aconsejarme, ni una cosa ni la otra. Lo único que buscan es juzgar. No sé si les importa si yo me muero. Puro piripipí. A mí la muerte no me preocupa. Porque no la conozco. Pero no quiero irme de este planeta sin saber por qué estuve aquí. Al respecto hay varias teorías: que vine con una misión, para curar, para hacer el bien. Sé que salvé a tres epilépticos. Uno dos y tres. Pero a bastantes m s debo de haber salvado. Cuatro, cinco, mil, un millón. Porque con mi música soy capaz de elevar techos. Los techos ahogan, los techos aplastan a la gente. Cuando yo hice Sui Generis elevé miles de techos. Maradona también sabe elevar techos.
Fiiii fiii fiiii... Huid mortales... ¿Voy a quejarme yo de la fama, de los psicópatas? No, por favor. Hay psicópatas molestos: un balazo y adiós con uno. Pero también hay psicópatas que son un aliciente: las chicas de jeans muy ajustados y buenas mamaderas. No es lo mismo un psicópata con tetas que sin tetas. No es lo mismo, mortales, una bala que un par de tetas.
Fiii fiiiii... No, mortales, no crean que estoy fuera de la realidad. Estoy fuera de la irrealidad. El periodismo es el que fabrica irrealidad. Que Caniggia, que la esposa de Caniggia, que Daniela y su hija. Pura basura. Hay que salvar a Charly. Hay que salvar a Diego. Nunca una buena noticia. Nunca la noticia de que los remedios no sólo no te curan de nada sino que te hacen adictos a una cantidad de cosas. No es mi caso, pero se puede vivir sin remedios. Y nunca la buena noticia de que el amor sigue haciendo girar al mundo. Todo el tiempo con los consejitos y el dedito para salvar al ídolo, cuidando-juzgando, tanto piripipí el periodismo, el cielo, el infierno y el psicoanálisis, todo muy lindo pero... fiii... fiiiiiii... yo para distraerme me escondo. Oíd mortales, puedo decir cuál es mi escondite, pero igual no me encontrarán. Hay un lugar seguro donde me puedo esconder y ese lugar es mi mente.
Por qué por qué por qué. Creo en todo, pero no en los dogmas. Hay una frase que dice que Jesucristo murió por mis pecados. ¡No puede ser!, porque yo no estaba ahí. Y Maradona tampoco estaba ahí. Los dogmas, el psicoanálisis, tudo bem, pero a mí me parece que la vida no es eso. La vida es un regalo y no hay ninguna culpa. Ojo, no me refiero a esos que hicieron cosas grosas y andan sueltos. Esos la pagar n aquí. Esto lo tengo claro. Esto y unas pocas cosas más: sé que hay sol. Sé que hay otras galaxias. Sé que últimamente nadie quiere volar más. Sé que la luna no resultó muy divertida. Puro polvo. Y encima la cagaron poniendo la bandera norteamericana en vez de poner la bandera de la Tierra. Todo fue al pedo. Demasiados astronautas; con la perrita Layka ya estaba. Y dicen que nació un niño en el espacio. Ay, mortales, una duda me corroe: el bebé que nació en el espacio, ¿será radical o será peronista?
Fiii fiiii fiii... ¿Dije, mortales, que el amor es lo que hace girar el mundo? ¿Hay otra cosa que amor y amor y amor en Maradona cuando le hace así, paf, a la pelota? El amor es lo que te hace soportar una clínica, lo que te hace decir la verdad, lo que te ayuda a no transar. Por amor, sólo por amor Judas hizo lo que hizo. Judas, ¿habría que salvar a Judas? No, por favor. Porque el asunto fue así: Jesús lo llamó a Judas y le dijo: “Viejo, vos sos el más valiente y el más inteligente. Vos tenés que hacer el papel de delator”. Bueno, lo hizo. Y se quedó sin estampita. Sólo treinta denarios y después dos mil años de silencio.
Fiii fiiii fiii... Tengo sed. ¿Hay por ahí alguna petaquita? ¿Dije que soy el peor de todos? Quiero ratificarlo: soy el corruptor de todos, el que tiene la culpa de todos los males. Oíd mortales, soy un asco, el asco m s grande que hay, una mala persona y ahora me tomo una gaseosa ¡así! y eructo y ¡buenas noches Catalina!
Oíd mortales, el tipo al que le tomé la gaseosa me dice que Maradona es el más famoso del planeta. ¿Más famoso que Jagger? ¿Más famoso que Michael Jackson? ¿Más famoso que yo? Sí, Diego, el más famoso. ¿Y quién fue el que le dijo a Diego lo que tenía que facer? ¿Quién? Eu. Yo. Uno a cero, le dije. Uno a cero, Diego, hacélo, hacéla. Uno a cero ¡y la que venga! Y Diego la hizo. Todo podría haber salido mal. Y en vez de Diego ídolo, en vez de Diego dios, Diego basura. Y enseguida los salvadores que sólo quieren enterrarnos.
Fiii fiiii fiiii... Tomo un marcador rojo porque me gusta el rojo. Una línea horizontal. Una línea vertical al final. Un redondelito en el ángulo. Gol. Grande Diego. Me siento inmensamente cerca de él. Seis o siete veces nos encontramos en el último año. El es muy afectuoso conmigo. A veces me llama padre, a veces me llama dios. Soy una especie de father. El respeta mucho las cosas que yo le digo y yo me maravillo con las cosas que él me dice. A veces soy tan atrevido que le doy consejos. Y él me escucha. A veces le hablo de cosas que él no quiere escuchar. Pero me escucha: "Diego, no te pelees con cualquiera". Yo también escucho. Aunque parezca que estoy hablando, escucho al mismo tiempo. Escucho hasta la música que producen los ruidos de la ciudad. Y escucho aunque hable al mismo tiempo. Porque tengo oído absoluto. De chico me tapaban los ojos cuando venía a casa Mercedes Sosa o Falú. El chiste era que yo escuchara y descubriera si Falú tenía una cuerda desafinada. Yo, Charly, oído absoluto. Él, Maradona, pie absoluto. Somos inexplicables, ¿me explico?
Oíd mortales, claro que soy un ídolo. Lo s‚ porque cuando estoy depre bajo a la vereda y enseguida me encuentro con que un chiquito o una señora me dicen algo y me tiran buena onda y el ego se me levanta. Que no me miraran me molestaría mucho m s. Yo no tengo público. Y Maradona tampoco. Público tiene Luis Miguel. Yo tengo aliados. Y Diego tiene aliados. Yo no soy mejor que nadie pero si quieren jugar conmigo tienen que saber las reglas. Mis reglas son three. Tres. La primera, no juzgar sin tener evidencias. Y, si hay evidencias, de todos modos no juzgar. La segunda, siempre darle algo a un pordiosero. ¿Y la tercera? La tercera es la vencida.
Fiii fiiii fiiii... En la vida privada de la gente no se tiene que meter nadie. La canción lo dice: los bomberos debieron concurrir a una casa de la cual salía humo por una de las ventanas del piso superior. Al entrar encontraron a un hombre sobre la cama en llamas. Después de rescatar al hombre y apagar el fuego formularon la pregunta obvia: “¿Cómo se inició el fuego?” “No sé. La cama ya estaba en llamas cuando me acosté”. Oíd, mortales, las camas están en llamas. Con Diego vivimos la misma. Dura la que pasamos, porque los que hoy escriben que somos genios, que somos ídolos, que somos talentosos, son los que escribieron y escribir n que somos una mierda de basura.
¿Por qué por qué por qué? Oíd, mortales, cuando uno está todo el tiempo en la mira, lo más probable es que necesite anestesiarse. Anestesiarse para poder soportar el ser diferente. Cada uno vive esto a su modo. El pibe de Nirvana no lo soportó y decidió pegarse un tiro. Ambivalente. Sentimiento ambivalente el que tengo por el suicidio. A veces siento que es cobardía, a veces siento que hay que tener güevos para pegarse un tiro en la cabeza y borrarse del mundo y quedarse sin la música. El suicidio, qué asunto: pienso que lo de Jesús fue un suicidio. Quiso dejar una obra y rematarla de una forma que no se pudiera superar. Yo también alguna vez estuve al borde del suicidio: me dolió tanto la muela que pensé seriamente en tirarme por la ventana. Pero no lo hice, por lo visto... Muchas veces he estado mal, pero lo peor me vino de afuera. Los diarios y las revistas decían que estaba loco. Y los tarados venían y me decían “Charly, cuidáte”, “Charly, no te pongas nervioso”. Bueno, pero la puta madre, ¡díganme cómo! Allí se pone brava la cosa, cuando uno dice “estoy bien” y vienen y te dicen: “No, Charly, vos no estás bien”. Y me empiezan a hundir. Y entonces, de tanto no estás bien me empiezan a convencer, hasta que realmente me siento muy mal y entonces quiero pegarme un tiro en los güevos. Todos se vuelven psicólogos y hacen discursos sobre el ejemplo que debemos dar y se las dan de salvadores y nos condenan a ser arquetipos. A Diego igual. Pero uno no quiere ser arquetipo, uno es un tipo al que le gusta la menta con hielo y el fa sostenido. Un tipo que cuando abre la ventana escucha todos los ruidos de la ciudad, una bocina, una sirena de ambulancia, un colectivo que frena... Uno es un tipo que se da cuenta que la ciudad entera es una partitura, un tipo que no podría irse a vivir al campo porque allí el silencio es muy silencioso, y no se pueden conseguir pilas. Fiii fiiiii fiiii... Oíd mortales... mucho piripipí... estamos acorralados... estamos bien o estamos mal, pero estamos. Estamos. A Maradona lo quieren salvar y a Charly lo quieren salvar. Por favor, salvadores abstenerse... Nosotros hacemos lo que hacemos: elevamos techos... ¿Por qué por qué por qué? Yo fiii fiiii fiii y Maradona arte. En el último cumpleaños le pregunté a Diego: “Cómo hiciste para hacerle el gol aquel a los ingleses?”. Y él me contestó como sólo puede contestar un artista: “No sé cómo hice. Yo empecé a correr esquivando las patadas hasta que hice el gol”. ¿Y cómo se hace, Charly, una canción? No sé. Yo la hago. Yo la re-hago. Maradona es. Es. Yo soy. Soy. Y que nos chupen un güevo. El güevo que quieran. El izquierdo o el derecho. Que nos banquen como somos. Como somos, loco, como somos.
Fiii fiiii fiiii... Oíd mortales: si uno pasa por esta vida y no la disfruta, excrementa mala energía. Sé muy bien que la vida es complicada, hacerla simple es una especie de arte. Uno muere porque nace. Uno nace y otra salida que morir no hay... Pero mientras tanto, tudo bem. Yo soy loco, pero no estoy loco. Estar loco, viejo, es horrible. Mortales, ¿queréis saber lo que es estar loco? Estar loco quiere decir que el espejo en el que te mirás se rompió y que no tenés ningún control sobre nada. Y cuando volvés, si es que volvés de eso, es un horror. Mirarse en el espejo roto duele más que el dolor... Soy loco, fiiii fiii... pero no estoy loco, fiiii fiiii fiiii... Estoy falto de ignorancia. No sé si me explico y si no me explico no importa. Fiiii fiiii fiiii... No nos acorralen. Salvadores abstenerse. Nosotros tenemos mucho que hacer, estamos elevando techos.
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