VINCENT, TE ESPERO DESNUDA AL FINAL DEL LIBRO
(Poemanovela, casiteatro)

Alción Editora, 2007. Editorial Galerna, 2008.
(Ver Páginas sueltas)
 

Del texto de la Contratapa
El 27 de julio de 1890 Vincent Van Gogh se concedió un tiro en la orilla del corazón.
Allí empezó una agonía de tres días. Un desconocido lo acompañó sin pausa durante esas horas postreras (o inaugurales). Mientras conversaban arduamente, una mujer desnuda, merodeaba. Lo que allí sucedió jamás fue revelado. Ha bajado el momento de hacerlo

“Sobre mi antiguo caballete tengo un cuadro, sin tela. El marco y nada más: a través de ese rectángulo suceden los días y las siestas y las noches: sucede lo que vendría a ser la vida.
Qué rápido se pasa el tiempo despacito… Miro hacia atrás y la veo y me veo allá lejos... Ella está amasando el primer pan, y yo enterrado, cruxificado en ella. Panadera, guarida de mi pulso, con dulcísimo gemido me avisa que está semillando, que su abismo se hizo vientre.
Me muerde por los cinco costados y me dice que vivamos y me ruega que al eterno miedo lo tengamos juntos.”

***

“Ante una obra de Van Gogh siempre pensamos que sería un acto gratuito y temerario añadir palabras. Este insólito y bello libro de Rodolfo Braceli, sobre la pasión y muerte del pintor más famoso del mundo, es en realidad un mapa del amor.” 
                                                                                                                  Héctor Tizón

Las “resurrecciones” de Braceli fundan un gozoso espacio extraterritorial de reunión con los muertos, que genera la ilusión de que es posible cambiar el signo de lo real: la muerte se transforma en vida, el silencio en palabra, el fin en comienzo, la nada en presencia, la imaginación en realidad. (…) El teatro, la literatura se tornan en un sueño de todos, un sueño realizado: el del reencuentro, el diálogo, el convivio con los muertos en el centro del corazón. Si la literatura fuera la vida, las resurrecciones poéticas de Braceli serían lo más parecido al amor en la memoria.”   
                                                                                                                Jorge Dubatti


Del Posfacio

De cómo cambiar el signo de lo real (por Jorge Dubatti)

Rodolfo Braceli vuelve a hacer suya la ceremonia de invocación a los muertos, como en sus “resurrecciones” teatrales de Federico García Lorca, Violeta Parra, José Luis Cabezas y Armando Tejada Gómez. Si bien el procedimiento está presente ya en los orígenes mismos de la literatura argentina –la “Sombra terrible…” de Facundo–, Braceli ha convertido la resurrección en un género propio, en algunos aspectos complementario del reportaje imaginario, otra práctica literaria y teatral frecuente en su producción.
Esta vez Braceli regresa sobre grandes figuras históricas: Vincent Van Gogh, Marilyn Monroe, suicidas excepcionales, artistas desgarrados, y los convierte en enamorados por el milagro poético del anacronismo. Darle la palabra al muerto es una operación simbólica significativa. Braceli no hace hablar a Vincent y Marilyn “reales” a través del procedimiento de la investigación documental, descarta la non-fiction que supuestamente debería retomar y reescribir palabras registradas en vida. Por el contrario, apenas se detiene en las biografías y transforma a Van Gogh y Monroe en sus propias máscaras, en sus heterónimos –a la manera de Fernando Pessoa-, por eso sus resurrecciones son teatrales: Vincent y Marilyn son los personajes que compone el actor Braceli, las marionetas del titiritero, las voces del ventrílocuo. Y si el poeta los elige es como homenaje, porque siente que son ellos los únicos que pueden dar cuenta de una cosmovisión de artista y de ser humano pleno, y a la vez por la alegría de imaginar que podrían acallar su desesperación consolándose mutuamente, viviendo juntos. Van Gogh y Monroe son transfigurados en seres esenciales, poesía fuera del tiempo, imágenes de una intermediación -multiplicada a su vez en las voces de Luis Cernuda, Jean-Paul Sartre, Miguel Hernández, Juan Rulfo y Giuseppe Ungaretti- y de un ritual de reencuentro con las bases mismas de la realidad. Las “resurrecciones” de Braceli fundan un gozoso espacio extraterritorial de reunión con los muertos, que genera la ilusión de que es posible cambiar el signo de lo real: la muerte se transforma en vida, el silencio en palabra, el fin en comienzo, la nada en presencia, la imaginación en realidad. Catártica compensación de las brutales insatisfacciones de la existencia, resarcimiento de la ausencia de Dios –tema al que está dedicado uno de los fragmentos más intensos del libro, el 71, justamente un poema del mismo Braceli.
Las “resurrecciones” expresan además que una misión posible de la poesía radica en ampliar nuestra experiencia del mundo y en acercar el arte al sentimiento de la felicidad, porque son la puesta en suspenso del dolor, de la muerte, de la clausura en la nada. Felicidad de vivir –aunque sea por un rato- en un mundo más humano. A la vez, Braceli convierte el género en una herramienta de conocimiento y crecimiento: la metáfora de la cama que se achica y el cuerpo que deviene del “recién nacido” al “hombre”, cifra también los aprendizajes del lector de estas invocaciones. La poesía, entonces, es un ritual de retractación de la realidad y equilibrio, que permite “salir” de la lógica del mundo material para regresar más tarde a ella con una extraña, agradecida sensación de serenidad. Dar la palabra a Vincent y Marilyn es también sentir que uno puede darle la palabra a sus muertos: abuelos, padres, seres queridos… El teatro, la literatura se tornan en un sueño de todos, un sueño realizado: el del reencuentro, el diálogo, el convivio con los muertos en el centro del corazón. Si la literatura fuera la vida, las resurrecciones poéticas de Braceli serían lo más parecido al amor en la memoria.   

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1 Nos referimos a sus obras teatrales Federico García viene a nacer (1986), Violeta viene a nacer (1991), El novio de la memoria / Una resurrección de Cabezas (2000) y Tejada Gómez viene a nacer (2006). 

2 Decimos “regresa”, como si fuera un proceso voluntario, sin embargo ¿quién le dicta a Braceli la orden de reunirse con estos muertos? Con un recurso semejante a los destacados por Marcel Detienne en La escritura de Orfeo, el autor dice en la “Noticia” inicial que “Lo que allí sucedió jamás fue revelado. Ha bajado el momento de hacerlo”. Revelación y descenso, entonces, están en la génesis de esta escritura.