Caras, caritas y caretas.
Biblia, calefón y golosinas surtidas.
50 personajes de la Argentina. Modelo para armar.
(Entrevistas periodísticas)
Dos ediciones, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1996
(Ver Audiovideoteca y Opiniones)
 
 

ÍNDICE de personajes
Alicia Moreau De Justo / Hugo Orlando Gatti / Adolfo Bioy Casares /  Marcelo Tinelli / José Ignacio Rucci / Niní Marshall / Julio Bocca / Ricardo Balbín / Isabel Sarli / Armando Bo / Luis Federico Leloir / Cura Leonado Castellani / Carolina Peleritti / Juan Carlos Altavista / Víctor Hugo Morales / Roberto Goyeneche / Carlos Saúl Menem / Lidia Satragno, Pinky / Hermenegildo Sábat / Juan Manuel Fangio / Charly García / Los Desaparecidos / César Luis Menotti / Mercedes Sosa / Gerardo Sofovich / Osvaldo Pugliese / Amalita Lacroze, Viuda De Fortabat / Raúl Portal Raúl Alfonsín / Joaquín Salvador Lavado, Quino / Silvina Bullrich / Nicolino Locche / Alejandro Agustín Lanusse / Raúl Soldi / Leonardo Simons / Roberto Sánchez, Sandro / Aldo Rico / Moria Casán / Tato Bores / Facundo Cabral / Susana Giménez / Carlos Monzón / Adelina Dalesio De Viola / Guillermo Patricio Kelly / Atahualpa Yupanqui / Alfredo Alcón / Roberto Galán / Jorge Luis Borges / Alberto Olmedo / Hachero Valentín Céspedes  

Del prólogo, fragmentos
SER ARGENTINO ES ALGO QUE LE PUEDE PASAR  A CUALQUIERA

Este es un libro de reportajes. A primera vista. Sin embargo, la suma de todas estas entrevistas es un intento de ensayo sobre la manera de ser y/o no ser de los argentinos. Digamos, otro mapa de la Argentina, pero realizado con personajes de este último medio siglo. Un modelo para armar.
Lo que este libro no es: a la vista está: los argentinos tenemos debilidad por los argentinos. Nos encanta, hasta la obsesión, escribir libros definidores y definitivos sobre nuestra realidad y nuestra irrealidad. Será que así respondemos a la provocación del surrealismo nuestro de cada día.
Quien más, quien menos –yo también con estas reflexiones–, todos queremos descifrar de una vez y para siempre el mentado enigma argentino. Advertidos por fin de que no somos los mejores del mundo, encontramos fascinación –y consuelo– en ser los más inexplicables del mundo. Esta perpetua condición tal vez sea la razón motora de tantos ensayos –frecuentemente exitosos– lanzados a la tarea de develar el enigma de los enigmas: la mundial inexplicabilidad argentina.­
Qué difícil el ser argentino. Pero qué tentador.
Será por eso que para saber cómo somos, cómo no somos, cómo hubiéramos sido si o cómo debiéramos ser, en estos pagos se escriben ensayos desde la política, la sociología, la psicología, la literatura, la historia, la economía. Como todo connacional que se precie, también yo confieso haber intentado atrapar el codiciado enigma con otros libros. Pero el enigma sigue suelto. Gracias a Dios, que era argentino.
­Lo que este libro sí es: es un ensayo, pero al revés, porque se va autogestionando.
Aquí el ensayo no sólo emerge cuando algunos personajes se refieren explícitamente a la problemática argentina, sino cuando ellos hablan de sus propios recuerdos, sueños, miedos. Porque no siempre hace falta acudir a la opinión sobre los mentados defectos y virtudes para entonar el carácter argentino. Los personajes, queriendo o sin querer, se retratan tanto por lo que dicen como por lo que omiten. Y el ensayo brota mucho más por lo implícito que por lo explicito.
En conjunto, estos retratos individuales sirven para conformar un retrato más grande: el de nuestra sociedad.

¿Por qué caras, caritas y caretas?
Porque entre el medio centenar de personajes entrevistados hay quienes pasarán y quienes no pasarán a la historia: los hay que descollaron en la política, la literatura, el deporte, la televisión, la radio, el mundo del espectáculo; los hay presidentes legítimos, de facto, posibles y frustrados; no faltan gremialistas, escritores consagrados y malditos, campeones mundiales, vedetes, premios Nobel, humoristas, cómicos, suicidas, modelos. Aquí hay notorios, notables y notudos que gravitaron y gravitan, en este último medio siglo, desde el poder, la moda, la farándula, el arte, el deporte.
¿Quiénes son las caras, quiénes las caritas, quiénes las caretas?
Esto lo descubrirá y/o decidirá cada lector.
Di vueltas y vueltas tratando de adoptar un criterio para organizar estas entrevistas. Pensé sucesivamente en agrupar a los personajes por sexo, o por actividad, o por edad, o considerando su condición de cara, carita o careta. Pero al final decidí mezclarlos, y que el azar decidiera. Sólo elegí la ubicación del primero y el último: Alicia Moreau de Justo y el hachero Valentín Céspedes. Sin duda dos caras, dos seres genuinos.
En primera instancia se podría decir que las caras son figuras esenciales, que las caritas son personajes divertidos e inocuos, que las caretas son personajes tramposos, chantas, tal vez nefastos. Pero esta subdivisión simplificaría demasiado este juego reflexivo. No todos los personajes son enteramente caras o caritas o caretas. Hay también caras que por momentos se comportan como caritas o como caretas. Asimismo, personajes que habitan la liviana frivolidad, a veces meten el dedo en la llaga con tanta contundencia como otros acostumbrados a reflexionar la realidad.
Aunque parezca muy obvio, lo digo: sabemos que el lector siempre participa; que con su lectura hace, inventa, cada libro. Para el caso de estas páginas tal vez el lector pueda tener una participación más activa y hasta más comprometida: desde ya, de entrada lo invito a que, por su cuenta y riesgo, descubra quién es quién y juzgue cuándo cada quién se comporta desde lo genuino, cuándo desde lo frívolo, cuándo desde la chantada. Una sugerencia: conviene atender a la fecha de los reportajes, ubicarse y ubicar al entrevistado en el tiempo; así se podrán percibir lógicas mutaciones, evoluciones o involuciones de los entrevistados, un ingrediente más para el juego.
Y yo, el autor, ¿en qué casillero me meto?: ¿en el de las caras, las caritas o las caretas? Revisando estos reportajes realizados a lo largo de veinticinco años me observo en trance de cara, de carita o de careta. Confieso que muchas veces, empujado por esa pérdida de conocimiento que traen los entusiasmos por conseguir la nota, estuve a punto de claudicar a la tentación de considerar que la coyuntura es el fin del mundo y que la frivolidad es la medida de todas las cosas. Me costó bastante aprender que la frivolidad no deja de ser una parte de la vida, y tiene, en esa medida, derecho a existir.
En mis reportajes siempre utilizo una media docena de preguntas recurrentes. Esto no es reiterativo: considero que podrían hacérseles las mismas preguntas a cien o a quinientas personas, y nunca serían vanamente repetidas. Porque cada persona es única y las preguntas, aparentemente iguales, se renuevan siempre, a partir de cada uno. Pero creo que más importantes que las preguntas y las respuestas son los climas. Desde los climas siempre surgen momentos más propensos a la verdad. Entonces, si como digo, las preguntas no interesan tanto, ¿para qué diablos sirven? Son excusas, estímulos para que suceda lo inesperado. Y esto vale inclusive para los llamados reportajes de ideas. Importan los climas porque propician y desencadenan la confesión y las ideas, y es a partir de ellos que aflora el verdadero lenguaje, algún tic, la melodía de la sintaxis de cada personaje. A través de esto se puede percibir, finalmente, cuando el sujeto entrevistado es verdadero o chanta, genuino o falso.
Confieso que en varias ocasiones yo mandé al carajo algunas normas que suelen recomendarse para la realización de reportajes. S‚, por ejemplo, que hablar en primera persona resulta odioso, peligroso, pero a la par de eso s‚ muy bien que el famoso distanciamiento es muchísimas veces descompromiso o impostación. No sólo no me distancié‚ del entrevistado, muchas veces me dejé ganar por sus entusiasmos y emociones. Dicho de otra manera: jugué‚, me dejé jugar con él. Sé también que la cacareada objetividad periodística es la más tramposa de las trampas. Cierto periodismo aséptico, distanciado, objetivo, me hace acordar a la particular higiene que esgrimen ciertos pulcros asesinos que, luego de matar, argumentan que el puñal o la bala usados fueron previamente desinfectados.
A mí, en todo caso, lo que me ha importado es arrojarme en cada entrevista para conocer ese misterio siempre fascinante que cada ser humano encierra, más allá  de su cantidad de fama, de logros, de notoriedad. Con el tiempo, caminando, poniendo mirada y oreja, aprendí que al así llamado hombre común debiéramos llamarlo hombre primordial. Este libro -y no por casualidad- se cierra con el reportaje a un hachero, a un desconocido de siempre. Es el único desconocido aquí, pero sólo en las apariencias, porque también hay un desconocido en algún costado de los famosos. Toda vez que pude, traté de buscar a ese desconocido que guardan -o esconden- los conocidos.
A lo que se llama el sueño del pibe, le abrí mi puerta. Fui a varias entrevistas con el mismo miedo, asombro o temblor que tendría cualquier anónimo primordial ante un ídolo, ante un consagrado inalcanzable. Y jugando, dejándome ganar por el candor, procedí en consecuencia. Por ejemplo: manejé con Fangio, me calcé guantes para hacer tres rounds con el Intocable Locche, hablé de la muerte y nada más que de la muerte con Rucci, le hice un fondo de ojos a Susana Giménez, verifiqué in situ el enorme embarazo de Moria Casán, le pedí a Amalia Fortabat que se casara conmigo, le di soga a don Borges para que le hiciera zancadillas al sentido común. Jugué, me dejé jugar; y jugando seriamente, una y otra vez caí, con todo goce, en la prodigiosa tentación de encarnar las fantasías de cualquier anónimo primordial que sólo puede tocar a los famosos en el papel de las revistas. Estuve muy atento conmigo, no me la creí, traté de no perder de vista que el privilegio de hacer ciertos reportajes no cancela mi condición de anónimo, de uno más.
Por más que digan que los periodistas no somos más que diestros dactilógrafos, mercenarios especializados que respondemos a los encargos e intereses de empresas; por más que digan con más o menos razón eso, yo quiero aclarar que nadie le agarra a uno los deditos para que escriba determinadas cosas. Uno, en los diarios y revistas, no podrá escribir absolutamente todo lo que le da la gana, pero sí puede no escribir una cantidad de cosas que sobrepasan el mero divertimento e ingresan en la obscenidad reaccionaria. Y esta vigilia no depende de nuestros patrones, depende de cada periodista. Es decir: nosotros podemos ampararnos en la indebida obediencia debida. Pero no debemos.
Imprescindible confesión: Andrés y Juana son mis viejos, mis autores. Porque ellos me hicieron yo hice a Juan Andrés y a Federico, mis hijos, semillas para el día de mañana. Mis viejos ya no están con su respiración, sólo suceden en la memoria del aire. Ellos no tuvieron escuela, sólo siempre trabajo, y un candor arrasador: creían que los humanos somos básicamente buenos. Y más: hasta creían que los periodistas somos buenos. Eran, mis viejos, seres comunes, primordiales. Yo no he hecho otra cosa que dejarme escribir por ellos.

El reportaje periodístico como Antropología
A las entrevistas a veces las carga el diablo, o la mujer del diablo. Y eso las hace casi siempre imprevisibles, muchas veces irreparables. Precisamente, la condición de irreparable es lo más rico, lo más revelador.
En cada reportaje hay señales de todo tipo, que definen y delatan. Gestos, sueños, miedos. Si metiéramos adentro de una botella estas páginas, si lanzáramos la botella al mar del agua o al mar del cosmos, pasados los siglos, hallada y abierta esa botella, se encontrarían testimonios de nuestra cultura, de nuestra sociedad, de nuestra comunidad o descomunidad.
Quiero decir: dentro de todo reportaje periodístico funciona una desprevenida antropología.

Un modelo para armar
Lo dicho: de definiciones sobre el comportamiento de los argentinos estamos hasta la coronilla; cada compatriota es un virtual sociólogo.
Al menos como recreo, no nos vendrá mal intentar mirar cómo somos y cómo no somos, o deberíamos ser, a través de este camino del ensayo al revés, del ensayo que emerge desde una suma de reportajes a personajes de muy diferente actividad.
Juguemos un rato a esta menuda antropología. Armemos otro mapa argentino desde nuestras caras, caritas y caretas. (Podríamos agregar, además, desde nuestros caraduras.) Y dejemos que nuestros personajes, personajitos y personajudos, se digan, se desdigan, se contradigan. Juguemos un rato a eso, y jugando aprendámonos, porque sin duda los notorios, los notables y los notudos nos espejan.
Dime, país, cómo son tus intelectuales, vedetes, deportistas, artistas, humoristas, políticos, modelos... y te diré, país, quién eres.
Quién eres, quién soy, quiénes somos: argentinos. Algo a veces penoso, a veces arduo, pero siempre sumamente entretenido.
En realidad, ser argentino no es ni un privilegio ni una maldición, no es ni una virtud ni un pecado, no es nada del otro mundo. Ser argentino es algo que le puede pasar a cualquiera.